martes, 9 de abril de 2013

La Pajarita de Papel (Capítulo 1)


Se montaba en quince minutos, con pocos brazos y manos, no más allá de media docena de trabajadores que actuaban con sincronía y con el saber hacer que otorga la repetición día tras día de las mismas acciones.
Era tan simple y sencillo como dejar un círculo central libre y colocar sillas de tijera sin barnizar y con ciertas inestabilidades en varias hileras que delimitaban ese círculo en el que se producirían las actuaciones.
Era un entoldado de pueblo de mes de agosto y de años setenta de la centuria anterior que además de acoger a los músicos y el baile de los lugareños y también de forasteros, veraneantes y turistas puntuales, se convertía en pista de Circo con esa agilidad que requieren los espacios ocasionales.

Los actos de la Fiesta Mayor de la pequeña población del Maresme barcelonés se iniciaban el dieciocho de agosto, coincidiendo con la festividad de Santa Elena que era y es patrona del pueblo, con el anuncio y presentación por parte del Alcalde de la Pubilla de las Fiestas.
Para escoger a la Pubilla, la Reina de las Fiestas, diversas organizaciones locales presentaban a sus candidatas tras selección entre las consideradas como las bellezas locales o simplemente por ser hijas de los prohombres de la zona, y votaban todas las personas que así lo deseaban, fuesen nativos o no de la Villa.
Ese año la votación, por culpa de unos veraneantes carentes de escrúpulos y de la más mínima sensibilidad y caridad, ocasionó un pequeño drama local.

Esos jóvenes ociosos y despreocupados se pusieron de acuerdo para votar a la telefonista de la Centralita de Teléfonos, y el acuerdo fue posible porque además de ser la joven más fea y gorda del pueblo la desafortunada chica era de un bizco extremo hasta el punto de que parecía totalmente imposible que con esa mirada estrábica acertase a introducir el cable en el agujero correspondiente a la conexión para la llamada entrante o saliente que solicitaba el cliente, pues un ojo se dirigía hacia un lugar alejado del panel de la telefonía y el otro hacia cualquier otra parte del habitáculo que nada tenía que ver con el lugar de la conexión telefónica.

Al presentar el Alcalde a la desdichada joven como Pubilla de las Fiestas Mayores todos los veraneantes estallaron en vítores y aplausos burlescos y de satisfacción por la felonía cometida, lo cual además de romper el encanto habitual del acto descentró más si cabía las pupilas de la telefonista que respondieron con un cuadro de llanto conmovedor por lastimero, y ello desencadenó la ira de los mozos del pueblo al cerciorarse de la maldad de sus invasores veraniegos y se liaron a tortas, bofetones y guantazos, puñetazos y mamporros de todo tipo hasta que el alguacil, denominado “el Sheriff” por los desalmados veraneantes, y sus ayudantes de la Policía Municipal consiguieron pacificar los ánimos y devolver la tranquilidad a las celebraciones de la Fiesta Mayor y su entoldado.

Sofocado el pequeño incendio entre los dos bandos se inició de forma ágil y rápida el espectáculo circense previsto.


(continuará)

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