Se montaba en quince minutos, con pocos brazos y manos, no
más allá de media docena de trabajadores que actuaban con sincronía y con el
saber hacer que otorga la repetición día tras día de las mismas acciones.
Era tan simple y sencillo como dejar un círculo central
libre y colocar sillas de tijera sin barnizar y con ciertas inestabilidades en
varias hileras que delimitaban ese círculo en el que se producirían las
actuaciones.
Era un entoldado de pueblo de mes de agosto y de años setenta
de la centuria anterior que además de acoger a los músicos y el baile de los
lugareños y también de forasteros, veraneantes y turistas puntuales, se
convertía en pista de Circo con esa agilidad que requieren los espacios
ocasionales.
Los actos de la Fiesta Mayor de la pequeña población del
Maresme barcelonés se iniciaban el dieciocho de agosto, coincidiendo con la
festividad de Santa Elena que era y es patrona del pueblo, con el anuncio y
presentación por parte del Alcalde de la Pubilla de las Fiestas.
Para escoger a la Pubilla, la Reina de las Fiestas, diversas
organizaciones locales presentaban a sus candidatas tras selección entre las
consideradas como las bellezas locales o simplemente por ser hijas de los
prohombres de la zona, y votaban todas las personas que así lo deseaban, fuesen
nativos o no de la Villa.
Ese año la votación, por culpa de unos veraneantes carentes
de escrúpulos y de la más mínima sensibilidad y caridad, ocasionó un pequeño
drama local.
Esos jóvenes ociosos y despreocupados se pusieron de acuerdo
para votar a la telefonista de la Centralita de Teléfonos, y el acuerdo fue
posible porque además de ser la joven más fea y gorda del pueblo la
desafortunada chica era de un bizco extremo hasta el punto de que parecía
totalmente imposible que con esa mirada estrábica acertase a introducir el
cable en el agujero correspondiente a la conexión para la llamada entrante o
saliente que solicitaba el cliente, pues un ojo se dirigía hacia un lugar
alejado del panel de la telefonía y el otro hacia cualquier otra parte del
habitáculo que nada tenía que ver con el lugar de la conexión telefónica.
Al presentar el Alcalde a la desdichada joven como Pubilla
de las Fiestas Mayores todos los veraneantes estallaron en vítores y aplausos
burlescos y de satisfacción por la felonía cometida, lo cual además de romper
el encanto habitual del acto descentró más si cabía las pupilas de la
telefonista que respondieron con un cuadro de llanto conmovedor por lastimero,
y ello desencadenó la ira de los mozos del pueblo al cerciorarse de la maldad
de sus invasores veraniegos y se liaron a tortas, bofetones y guantazos,
puñetazos y mamporros de todo tipo hasta que el alguacil, denominado “el
Sheriff” por los desalmados veraneantes, y sus ayudantes de la Policía Municipal
consiguieron pacificar los ánimos y devolver la tranquilidad a las
celebraciones de la Fiesta Mayor y su entoldado.
Sofocado el pequeño incendio entre los dos bandos se inició
de forma ágil y rápida el espectáculo circense previsto.
(continuará)
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