Las actuaciones eran simples y sencillas y su duración total
no excedía de los cincuenta minutos porque a continuación se daba paso al Baile
popular, con participación de todos los asistentes al entoldado y de una banda
de música contratada para la ocasión, que era el principal y último evento de
la noche de la Fiesta Mayor y no finalizaba hasta que los bailarines iban
abandonando la actividad por cansancio o por ganas de recogerse y descansar.
Actuaban y por este orden un teatrillo de polichinelas con
escobas para zumbar al rival y con historias sencillas y lineales que permitían
rápida comprensión para todo tipo de público y edades, un trío de payasos con
zapatones grandes y de colores vivos y narices prominentes y redondas y rojas,
y cabellos panocha despeinados y enredados y tirantes de colores y calzones de
bombacho y a media tibia y coloretes blancos en las mejillas, unos cuantos
enanos acondroplásicos que ejecutaban piruetas en la pista, un espectacular
tragafuegos que excitaba y sobresaltaba a los más jóvenes con sus bocanadas de
llamas, unos gitanos acróbatas sin más elementos que sus entrenadas y potentes
extremidades, un actor especializado en sombras chinescas y un mago con
dedicación exclusiva a sus manos y a unas tijeras para ejercitar el arte de la
papiroflexia.
El espectáculo del mago finalizó con la creación de una
pajarita de papel doblado que introdujo en su sombrero negro de copa tras
mostrar a todos los espectadores que en el interior no había nada. El
papirofléxico se colocó inmediatamente el sombrero en su cabeza, hizo volar sus
manos a modo de encantamiento y se descubrió la testa para que surgiesen del
interior del sombrero varias decenas de pajaritas de papel de los más variados
colores que se esparcieron por el escenario y las primeras filas de sillas del
entoldado ante la mirada pasmada y el gesto boquiabierto de los chiquillos y
chiquillas que allí se ubicaban.
Mientras el mago saludaba con el torso inclinado y los
brazos abiertos a su auditorio y recogía de él las palmas y ovaciones, el padre
de una cría de no más de media docena de añitos recogía del suelo y junto a sus
pies una de las pajaritas, blanca de color, que hasta ellos había volado y se
la entregaba a la niña, que la recibió con una sonrisa de mermelada dulce y
ojos redondos de melocotón para acunarla en las palmas de sus manitas que
recogió en su pecho justo debajo de su barbilla.
¡ Y la música comenzó en el entoldado de la Fiesta Mayor
mientras con diligencia y premura se retiraban la mayoría de las sillas para
que las parejas de baile empezasen a dominar la escena !
(continuará)
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