Después de corretear y brincar un rato por el escenario la
niña, su pajarita de papel y sus padres decidieron dar la fiesta por terminada
y regresar a casa para descansar ante la nueva semana de trabajo y escuela que
a cada uno le correspondía.
La chiquilla se acostó con la pajarita de papel entre sus
manitas, pero su padre la colocó junto a la almohada, en posición de costado y
ambas encaradas para que gozasen de la placidez del descanso nocturno y para
que durante el sueño la pajarita del mago le narrase historias y cuentos
hermosísimos que como ave de ilusionista había podido conocer en los
muchos escenarios y en las muchas
poblaciones y países que había recorrido.
Y así fue.
Cuando por la mañana la niña despertó sonreía como la miel y
su carita era toda ella una golosina.
Recordaba con los ojos muy abiertos que había visto el mar
del color de la esmeralda y la consistencia de la gelatina, las nubes eran como
hilos de algodón y cuajarones del color de la cereza, de los árboles colgaban
finísimas láminas del translúcido del diamante y del intenso ambarino de la
naranja y no eran de la lluvia sino del rocío de la mañana, los picos de las
montañas estaban coronados por un gorrito del azul de la turquesa y las faldas
formaban pliegues del verde de la hierba fresca y perlada, el sol era de plata
y se licuaba como el mercurio para desparramarse por la línea del horizonte y
la luna mostraba el color ocre pardo del cobre y a ella le cucaba con uno de
sus ojos.
Ella vestía camiseta de cristal y pantaloncitos de
minúsculas perlas negras y sus zapatitos eran de coral y con adorno regordete
antes de la puntera como un higo morado que se abría y cerraba como una flor de
primavera, y en su cabellera lucía una diadema con un hermoso clavel de la ruta
de la seda.
En el desierto la arena de las dunas era de múltiples
colores, unos vivos y chillones y otros mates y sombríos, pero todos
bellísimos, y cuando el viento la arena zarandeaba ésta se mezclaba con risas y
cuchicheos divertidos para después abandonarse al descanso como un arco iris
sosegado.
La nieve que caía sobre las playas era de azul índigo y
cuando descansaba sobre las olas del mar las cabritas que viajaban hasta el
rompeolas amarilleaban y aparecían pollitos recién nacidos a caballo de las
cabritas y piulaban con sus picos muy abiertos y encrespados y algo
estridentes.
En algún lugar los pingüinos largas melenas en la cabeza se
dejaban y correteaban con la agilidad de los felinos, los loros cantaban con
acordes de canario, los leones rugían con el sonido del ulular del mochuelo, el
águila saltaba de nube en nube como un canguro, el ornitorrinco volaba como la
paloma, el mico hacía más bulto que el mamut, el perro maullaba y los gatos,
todos con botas, ladraban.
Y en el sueño de la niña de la Pajarita de Papel todo era
belleza y armonía y nadie se preguntaba por qué.
(Continuará)
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