miércoles, 24 de abril de 2013

Penumbra.


Hoy he ido al gimnasio.
El objetivo era tonificar un poco mis músculos entumecidos.

Ahora regreso a casa con los ojos enrojecidos y humedecidos.

Una señora me ha preguntado si yo era el marido de Susana.
Le he respondido que sí que yo soy el viudo de Susan.

Y ella me ha dicho que Susana era la mejor persona que jamás había conocido.

Se ha puesto a llorar y lagrimear y pegada su boca a mi oreja me decía que ella me adoraba, que sólo suspiraba por estar conmigo, que gustaba de oír historias que yo le contaba, que decía a las amigas y conocidas que lo único que deseaba era mimarme y abrazarme, que le encantaba verme en nuestra casa de la Cerdanya labrar el campo y sembrar ensaladas, que gozaba cuando en el frío río se bañaba conmigo, que le preguntaban que algún defecto yo tendría y que ella negaba porque estaba enamorada, que todo el mundo la amaba porque su alma era blanca y su corazón escarlata del amor que por mí sentía, que Susana sabía que yo la reverenciaba, que a ella la despedimos el día de Reyes y que el viento ululaba y la lluvia arreciaba y el frío no escampaba y todos los asistentes aportaban lágrimas de amor para Susana, y que desde que Susana se marchó para ella que no tiene quien la quiera salvo tu Susana, Paco, tu Susana, la vida es penumbra.

No le he preguntado su nombre porque ella es una amiga de Susana y que me importa a mí su nombre si ella piensa y recuerda y ama a Susana.

La he dejado con un beso y me he ido a los abdominales pero me ha inundado la penumbra que he reconocido porque es igual de gélida y húmeda que la del beso en mi mejilla de la Señora.

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