Hoy he ido al gimnasio.
El objetivo era tonificar un poco mis músculos entumecidos.
Ahora regreso a casa con los ojos enrojecidos y humedecidos.
Una señora me ha preguntado si yo era el marido de Susana.
Le he respondido que sí que yo soy el viudo de Susan.
Y ella me ha dicho que Susana era la mejor persona que jamás
había conocido.
Se ha puesto a llorar y lagrimear y pegada su boca a mi
oreja me decía que ella me adoraba, que sólo suspiraba por estar conmigo, que
gustaba de oír historias que yo le contaba, que decía a las amigas y conocidas
que lo único que deseaba era mimarme y abrazarme, que le encantaba verme en
nuestra casa de la Cerdanya labrar el campo y sembrar ensaladas, que gozaba
cuando en el frío río se bañaba conmigo, que le preguntaban que algún defecto
yo tendría y que ella negaba porque estaba enamorada, que todo el mundo la
amaba porque su alma era blanca y su corazón escarlata del amor que por mí
sentía, que Susana sabía que yo la reverenciaba, que a ella la despedimos el
día de Reyes y que el viento ululaba y la lluvia arreciaba y el frío no
escampaba y todos los asistentes aportaban lágrimas de amor para Susana, y que
desde que Susana se marchó para ella que no tiene quien la quiera salvo tu
Susana, Paco, tu Susana, la vida es penumbra.
No le he preguntado su nombre porque ella es una amiga de
Susana y que me importa a mí su nombre si ella piensa y recuerda y ama a
Susana.
La he dejado con un beso y me he ido a los abdominales pero
me ha inundado la penumbra que he reconocido porque es igual de gélida y húmeda
que la del beso en mi mejilla de la Señora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario