El martes estaba de nuevo en España, cosa nada extraña, pues
es un país que visita cincuenta y dos veces al año.
Era el mes de noviembre cuando el martes se dio cuenta de
que tenía que hacer alguna cosa ya que si no la hacía caería en día trece, lo
cual como todo el mundo sabe, es señal de mal augurio.
Y decidió empezar a correr y a correr como si de algo
huyese, y tanto se apresuró que su objetivo cumplió y de su carrera se fue a
descansar en día doce, y así evitó los infortunios que la coincidencia con el
número pudiesen ocasionar.
Pero el martes, tras un breve descanso de veinticuatro
horas, con su veloz carrera prosiguió, y atravesó los Pirineos, y cuando ya se
hallaba en el país del norte cayó en la cuenta de que el tiempo no perdona y
como que tanto se adelantó fue a caer, ya en el siguiente mes de diciembre, en
un viernes que era día trece y, como sabe todo el mundo, en otros países
distintos del nuestro ese es el día de mal presagio.
Y entonces el martes se deprimió al constatar que el tiempo
es inexorable.
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