jueves, 21 de noviembre de 2013

El Mago Pamplinas. (Un cuento de estructura literaria clásica. Con moraleja y todo incluida). Capítulo 3.

 
Pero vamos ahora a narrar alguna de las magias potagias del Mago Pamplinas de entre las miles y miles que su noble pluma firma, porque tantas son que no hay en todo el mundo ni papel ni tinta para escribirlas ni voz humana para relatarlas.

Había una vez un chaval todavía chico, no tenía más de 10 años, que no alcanzaba a comprender por qué debía estudiar en el Colegio la asignatura de matemáticas. Además, le costaba mucho trabajo comprender las artes y combinaciones de los números, hasta el punto de que en muchas ocasiones no lo lograba y ello provocaba el enfado de su Maestro y en ocasiones algún que otro castigo.

Cuando al acabar el día en su casa sus padres le preguntaban por su jornada escolar, Fermín, así se llamaba nuestro protagonista, no tenía más remedio que explicarles, entre las otras cosas acontecidas en el Colegio, su problema con las matemáticas y el malestar que ello generaba en su relación con el Maestro.
Sus padres le daban la razón al Profesor, lo cual provocó que Fermín tuviese un gran rechazo por esa materia, hasta el extremo de que se convenció a sí mismo de que las matemáticas no servían para nada y que ninguna falta le hacían, y es por ello que decidió negarse a estudiar esa disciplina.

Y como que tanto el Colegio como sus padres le obligaban a esforzarse en el aprendizaje de las matemáticas, Fermín se sintió muy desafortunado e incapaz de saber cómo afrontar el problema, porque el asunto en un problema se había convertido.

Y fue uno de esos días cuando, después de la cena y de dar las buenas noches a sus padres y estando ya en su cama en estado de duermevela, se le apareció junto a su lecho un personaje que por sus vestimentas le recordó a los Magos que en algunos Cuentos había tenido ocasión de conocer, y aunque Fermín se sorprendió sobremanera, de inmediato se tranquilizó cuando de labios del Mago esto oyó:

- “Hola, Fermín. Soy el Mago del Valle de Belagua, conocido como el Mago Pamplinas, y he tenido noticias de tus dificultades con las matemáticas. Deseo ayudarte porque estoy seguro de que eres un buen chico y deseas ser un excelente estudiante. Pero dime, ¿es verdad que no consigues comprender esta materia?”.

Fermín, ya rehecho de su sobresalto inicial, y sabedor de que el Mago era una persona buena y que ayudarle pretendía, esto le contestó:
- “Sí, así es. No comprendo las matemáticas, no consigo entender para qué sirven y como que estudiar esta asignatura mucho esfuerzo me cuesta y muchos castigos me comporta, pues decidí que no quiero estudiar ni aprender las matemáticas”.

Y fue entonces cuando el Mago Pamplinas, con mucha parsimonia pues las palabras que deseaba pronunciar meditación precisaban, tomó asiento a los pies de su cama y estas palabras le dirigió:
- Fermín, escúchame con atención.
El Padre de las matemáticas fue un sabio que hace muchos años, unos dos mil quinientos años antes de hoy, en el mundo vivió y por todos y por siempre es conocido con el nombre de Pitágoras.
Él a todos nos enseñó que las matemáticas son el lenguaje de los dioses y que entender esa lengua es conocer y desentrañar todos los misterios del universo, todas sus formas y todos sus fenómenos, porque todo se basa en las relaciones que las combinaciones de los números establecen.
Y para tu mejor comprensión un ejemplo digno para esta ocasión: las notas musicales se basan en la longitud de la cuerda que hacemos vibrar, y para determinar diferentes longitudes y en consecuencia diferentes sonidos debemos conocer, mediante los números y que en esta ocasión llamaremos centímetros, cuántos tiene cada cuerda y así identificamos cada sonido.
¡ Y eso son matemáticas !
Y así, Fermín, podría ofrecerte muchos ejemplos, pero en este primer encuentro contigo un consejo muy importante quiero dejarte: en la vida, y ante todo, respétate a ti mismo. Y piensa que cuanto más y mejor conozcas al universo, más te respetarás. Y como que ya te he explicado que el universo utiliza el lenguaje de los números, debes aprender y estudiar su conocimiento. Y ¿cómo tienes que hacerlo? Pues no se trata exactamente de estudiar, debes aprender a aprender, y con ello bastará-.

Y cuando Fermín salió del ensimismamiento en que se hallaba por la atenta escucha de las palabras del Mago Pamplinas, cayó en la cuenta de que a los pies de su cama ya no había nadie sentado y que un halo de luz empezaba a disiparse en dirección hacia la ventana de su cuarto.

Al amanecer siguiente, ya en la Escuela, Fermín empezó a formular preguntas y más preguntas al Profesor de matemáticas, porque al despertar por la mañana había notado una extraña sensación en su cuerpo y en su cabeza que no sabía explicarse muy bien, pero que le decía que tenía un gran deseo por conocer el corazón y el alma de las matemáticas, y sin saber muy bien por qué sabía que eso le enseñaría a conocer el mundo en el que vive.

Y el Mago Pamplinas, que en su Valle hablaba en ese momento con un urogallo sobre la humedad del sotobosque, sonrió.

(continuará)

3 comentarios:

  1. ¿Cómo no iba a llamarse Fermín?

    Y, en cierto modo, seguro que todos nos identificamos con Fermín, sean matemáticas u otra cosa. Ojalá hubiera venido el mago Pamplinas a visitarme con dos varitas: una para elevarme hasta las barras paralelas y en el salto del potro, plinton y demás elementos de tortura colegial y otra para borrar del mapa a aquella profe de gimnasia y sus cacharros infernales. Eso sí era un sinsentido.

    Por cierto, hacía siglos que no oía lo de "magia potagia", ¡qué bonito!

    Besote

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  2. El plinton!!!
    Olvidé que esa máquina existía.A mí el deporte no se me daba mal, pero si no me confundo ese aparato con pinta de oso hormiguero por un lado y de culo de elefante gordo por el otro también me horrorizaba!!!
    Y desgraciadamente hay demasiados profesores que muchos desean olvidar, y eso es lastimoso, porque un maestro debería estar siempre en nuestro corazón.
    Pero fíjate ahora mismo en el que se supone es Maestro de Maestros, y que no es más que un DESASTRE, en mayúsculas: el Ministro Wert (desconozco tus opiniones políticas, pero creo que este individuo no merece regir los destinos de la Cultura de este país).

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  3. Ni él ni ninguno de los que los dirigen... o quizá sí y tenemos lo que nos merecemos por dejados, apáticos y simples... ¡yo qué sé!

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