Pero vamos ahora a narrar alguna de las magias potagias del
Mago Pamplinas de entre las miles y miles que su noble pluma firma, porque
tantas son que no hay en todo el mundo ni papel ni tinta para escribirlas ni
voz humana para relatarlas.
Había una vez un chaval todavía chico, no tenía más de 10
años, que no alcanzaba a comprender por qué debía estudiar en el Colegio la
asignatura de matemáticas. Además, le costaba mucho trabajo comprender las
artes y combinaciones de los números, hasta el punto de que en muchas ocasiones
no lo lograba y ello provocaba el enfado de su Maestro y en ocasiones algún que
otro castigo.
Cuando al acabar el día en su casa sus padres le preguntaban
por su jornada escolar, Fermín, así se llamaba nuestro protagonista, no tenía
más remedio que explicarles, entre las otras cosas acontecidas en el Colegio,
su problema con las matemáticas y el malestar que ello generaba en su relación
con el Maestro.
Sus padres le daban la razón al Profesor, lo cual provocó
que Fermín tuviese un gran rechazo por esa materia, hasta el extremo de que se
convenció a sí mismo de que las matemáticas no servían para nada y que ninguna
falta le hacían, y es por ello que decidió negarse a estudiar esa disciplina.
Y como que tanto el Colegio como sus padres le obligaban a
esforzarse en el aprendizaje de las matemáticas, Fermín se sintió muy
desafortunado e incapaz de saber cómo afrontar el problema, porque el asunto en
un problema se había convertido.
Y fue uno de esos días cuando, después de la cena y de dar
las buenas noches a sus padres y estando ya en su cama en estado de duermevela,
se le apareció junto a su lecho un personaje que por sus vestimentas le recordó
a los Magos que en algunos Cuentos había tenido ocasión de conocer, y aunque
Fermín se sorprendió sobremanera, de inmediato se tranquilizó cuando de labios
del Mago esto oyó:
- “Hola, Fermín. Soy el Mago del Valle de Belagua, conocido
como el Mago Pamplinas, y he tenido noticias de tus dificultades con las
matemáticas. Deseo ayudarte porque estoy seguro de que eres un buen chico y
deseas ser un excelente estudiante. Pero dime, ¿es verdad que no consigues
comprender esta materia?”.
Fermín, ya rehecho de su sobresalto inicial, y sabedor de
que el Mago era una persona buena y que ayudarle pretendía, esto le contestó:
- “Sí, así es. No comprendo las matemáticas, no consigo
entender para qué sirven y como que estudiar esta asignatura mucho esfuerzo me
cuesta y muchos castigos me comporta, pues decidí que no quiero estudiar ni
aprender las matemáticas”.
Y fue entonces cuando el Mago Pamplinas, con mucha
parsimonia pues las palabras que deseaba pronunciar meditación precisaban, tomó
asiento a los pies de su cama y estas palabras le dirigió:
- Fermín, escúchame con atención.
El Padre de las matemáticas fue un sabio que hace muchos
años, unos dos mil quinientos años antes de hoy, en el mundo vivió y por todos
y por siempre es conocido con el nombre de Pitágoras.
Él a todos nos enseñó que las matemáticas son el lenguaje de
los dioses y que entender esa lengua es conocer y desentrañar todos los
misterios del universo, todas sus formas y todos sus fenómenos, porque todo se
basa en las relaciones que las combinaciones de los números establecen.
Y para tu mejor comprensión un ejemplo digno para esta
ocasión: las notas musicales se basan en la longitud de la cuerda que hacemos
vibrar, y para determinar diferentes longitudes y en consecuencia diferentes
sonidos debemos conocer, mediante los números y que en esta ocasión llamaremos
centímetros, cuántos tiene cada cuerda y así identificamos cada sonido.
¡ Y eso son matemáticas !
Y así, Fermín, podría ofrecerte muchos ejemplos, pero en
este primer encuentro contigo un consejo muy importante quiero dejarte: en la
vida, y ante todo, respétate a ti mismo. Y piensa que cuanto más y mejor
conozcas al universo, más te respetarás. Y como que ya te he explicado que el
universo utiliza el lenguaje de los números, debes aprender y estudiar su
conocimiento. Y ¿cómo tienes que hacerlo? Pues no se trata exactamente de
estudiar, debes aprender a aprender, y con ello bastará-.
Y cuando Fermín salió del ensimismamiento en que se hallaba
por la atenta escucha de las palabras del Mago Pamplinas, cayó en la cuenta de
que a los pies de su cama ya no había nadie sentado y que un halo de luz
empezaba a disiparse en dirección hacia la ventana de su cuarto.
Al amanecer siguiente, ya en la Escuela, Fermín empezó a
formular preguntas y más preguntas al Profesor de matemáticas, porque al
despertar por la mañana había notado una extraña sensación en su cuerpo y en su
cabeza que no sabía explicarse muy bien, pero que le decía que tenía un gran
deseo por conocer el corazón y el alma de las matemáticas, y sin saber muy bien
por qué sabía que eso le enseñaría a conocer el mundo en el que vive.
Y el Mago Pamplinas, que en su Valle hablaba en ese momento
con un urogallo sobre la humedad del sotobosque, sonrió.
(continuará)
¿Cómo no iba a llamarse Fermín?
ResponderEliminarY, en cierto modo, seguro que todos nos identificamos con Fermín, sean matemáticas u otra cosa. Ojalá hubiera venido el mago Pamplinas a visitarme con dos varitas: una para elevarme hasta las barras paralelas y en el salto del potro, plinton y demás elementos de tortura colegial y otra para borrar del mapa a aquella profe de gimnasia y sus cacharros infernales. Eso sí era un sinsentido.
Por cierto, hacía siglos que no oía lo de "magia potagia", ¡qué bonito!
Besote
El plinton!!!
ResponderEliminarOlvidé que esa máquina existía.A mí el deporte no se me daba mal, pero si no me confundo ese aparato con pinta de oso hormiguero por un lado y de culo de elefante gordo por el otro también me horrorizaba!!!
Y desgraciadamente hay demasiados profesores que muchos desean olvidar, y eso es lastimoso, porque un maestro debería estar siempre en nuestro corazón.
Pero fíjate ahora mismo en el que se supone es Maestro de Maestros, y que no es más que un DESASTRE, en mayúsculas: el Ministro Wert (desconozco tus opiniones políticas, pero creo que este individuo no merece regir los destinos de la Cultura de este país).
Ni él ni ninguno de los que los dirigen... o quizá sí y tenemos lo que nos merecemos por dejados, apáticos y simples... ¡yo qué sé!
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