Con todas las mujeres de mi
vida, que son pocas, no se vaya usted a creer, me pasa lo mismo.
Me muero, me desvivo por
obsequiarlas, y cuando con una ilusión que me desborda les entrego mi obsequio
o no les gusta o no se manifiestan o ponen esa cara de no sé ni contesto y me
devuelven una mirada como sin agua.
Entonces yo busco en sus ojos
esos rincones que dicen cosas y no encuentro ni las cosas ni lo rincones, y se
me enmarañan los sentimientos en el pecho y no es que me sienta despechado, que
no, que no es eso, es sólo un algo desdichado.
Pero yo, con mi regalo, y a
lo hecho, pecho.
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