martes, 5 de noviembre de 2013

Desayuno sin diamantes pero con digresiones filosóficas (o quasi).

 
Esta mañana releía un artículo de prensa en el que se mencionaba al científico y botánico y geógrafo y poeta y también aventurero Theódore Momod, que después de un desengaño amoroso se fue al desierto para convertirse en el gran conocedor del mismo y que en 1940 halló una flor que jamás ha vuelto a ser vista.

El artículo me ha hecho pensar en que a veces yo también tengo la sensación punzante de que estoy buscando algo y que en cualquier momento aparecerá ese algo que volverá a cambiar de forma radical mi vida.
Entonces he pensado que podría irme al desierto a buscar esa flor.

Pero la mente es muy rara y complicada e incluso, a veces, retorcida, y en vez de llevarme al desierto me ha trasportado, tal vez porque debía prepararme el desayuno, a un exquisito y simple manjar que se conoce como “La Tostada del Desierto”.

Y esta es la receta, que transcribo después de una degustación gloriosa y de remitírsela a un pariente, más amigo que familia, al que denomino en muchas ocasiones “Zampabollos”, ¡ porque mira que le gusta deglutir !

Pan del día anterior, para que haya secado un poco, bien tostadito, rociarlo con un buen aceite de oliva virgen extra y después cubrir cada tostada con miel abundante.

Para beber, un buen vasito de vino tinto (Rioja, Ribera del Duero, Penedés,...) o para aquellos que no gusten del vino por la mañana, un vaso de agua mineral (por supuesto, no ingerir ninguna bebida azucarada, ya que la miel ya aporta suficiente azúcar).
Para finalizar un buen café, y… ¡ ahora viene lo más importante !

Recién finalizado el frugal ágape se debe reposar la cabeza en un buen sofá, ubicar la mano (es indiferente si es la derecha o la izquierda, incluso se pueden poner las dos manos entrelazadas, o la una sobre la otra), echarse un buen eructo* (profundo, sonoro, de ultratumba, recomendable eructar a lo catalán ya que hasta el nombre -rot- es ilustrativo; importante no retenerlo, sino que se debe ahuecar bien la boca para que salga en toda su intensidad y sonoridad. Si el eructo persiste y requiere de repetición, no reprimirlo: repetir los mismos pasos descritos anteriormente. Si la repetición es silenciosa, como un bufido que surge de las entrañas, suele ser algo mas oloroso al tiempo que menos ruidoso pero es asimismo saludable y benéfico para nuestro bienestar.  Inmediatamente después cerrar los ojos para sestear unos diez minutos empalagado por la miel y los efluvios alcohólicos (caso de consumición de vino. Y, ¿qué tal un buen cava? No lo he probado, pero los entendidos en esta materia opinan que el cava es recomendable siempre siempre, ya que es casi un estado de ánimo, lo cual es de máximo interés dado los tiempos que corren, pero evito extenderme sobre ello ya que en mi lugar ya lo hará el articulista que se conocerá como “El Grito de la Lechuza”, de próxima aparición en este Blog).

Si tras ese sensacional desayuno uno tiene fuerzas y posibilidades para obsequiarse con algún placer carnal, entonces la apoteosis alcanzará niveles divinos, ya que la panza estará asistida y el cuerpo descansado; dado que no todos disponen de la capacidad física que se requiere a esas horas intempestivas de la mañana para ese tipo de placeres, se recomienda después del pequeño reposo ocular leer las noticias de la prensa, ¡ ahora sí es el momento !, ya que como todas son horribles y espantosas por lo menos quedan algo endulzadas con el regusto de la miel que todavía permanece con intensidad atenuada en su paseo ocioso por las encías y el paladar.

Conclusión: desayuno altamente recomendable por excepcionalmente reconfortante.
Calificación: 4 estrellas (en una escala de mínimo, una; máximo, cinco).

Por tanto, a disfrutar de “La Tostada del Desierto” y sin olvidar que el desayuno es un buen momento para las digresiones filosóficas (o quasi ).



(*) El eructo –rot, en catalán- no es un hábito, gesto, acción, o costumbre tratada de igual forma en todas las culturas. Dicen que en la cultura árabe es de buen gusto eructar tras una buena comida, ya que es señal de gratitud, mientras que en la cultura occidental es un acto reprobable y altamente desagradable, por lo que nunca se debe eructar en público. Así lo recomienda el propio Don Quijote a Sancho, cuando le especifica que es más castizo decir regoldar que eructar. Y hasta Julio Cortázar habla del eructo cuando escribe “eructo mental”, lo cual le confiere más alta categoría al regüeldo, en su famosa novela “Rayuela”.
Si pensamos de forma científica, eructar no es más que liberar gas del tracto digestivo.
Y si echamos la vista atrás recordaremos que a los bebés les forzamos a eructar y cuando lo hacen les felicitamos efusivamente y a nosotros – a las madres, fundamentalmente- nos entra enorme paz, felicidad y tranquilidad (a los padres les molesta el olor y el vómito en el hombro  que sigue al eructo, pero también sonríen a la madre con cierta displicencia amorosa). Y ya chicos, los bebés compiten y se entretienen con el eructo, aunque al ser oídos por los adultos empiezan a ser recriminados más que nada para que se acostumbren  a que contra más mayores se hagan más impedimentos tendrán para su libre expresión. Es la Ley de la Vida, qué le vamos a hacer.
Pero podemos concluir que el eructo –rot, en catalán- si no práctica bien entendida en todas la geografías, es uso practicado por todos, en todos los lugares, y en todas las condiciones, por lo que reconocerlo y aceptarlo con cierto cariño parece una buena y feliz decisión. ¡ Larga vida al gas digestivo !

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