viernes, 1 de noviembre de 2013

Personajes de Cuento y Cómic y protagonista de Película que también de la vida real pero que aquí deciden saltase el guión original para mezclar sus propias Historias.


Resonaban en el atardecer de la campiña las histéricas y macabras carcajadas de la hiena.
Sus risas lo eran por jactarse de la estupidez e incapacidad de aquellos considerados de mucha inteligencia, pero que también eran poseídos por otras naturalezas poderosas que eclipsan el poder del juicio y la razón.

Pero narremos la historia desde que empezaron a acontecer los hechos.

A la caída del sol por las tierras de poniente regresaban a sus respectivos nidos un cuervo y una urraca, y en su vuelo negro y rizado el uno y en blanco y negro y de pausa en el batir de las alas el otro se encontraron.
Se detuvieron en su vuelo posando sus plumas en lo más alto de un árbol crascitando su sorpresa el uno con su rrock-rrok profundo y cavernoso y matraqueando la otra con el característico tcha-tcha-tcha-tcha.
El cuervo mostró altivo y orgulloso las gafas de cristal que había robado mientras repetía incesantemente el estribillo “nunca más” que en su pico le puso Edgar Allan Poe en el cuento que a su especie dedicó, y la urraca mostró la cuchara de plata que había sustraído de la ópera “La gazza ladra” de Rossini y por la que a Ninetta acusaban mientras recitaba “día 13, hoy es mi día predilecto” tal como hacía cuando representaba su propio papel en “Pulgarcito”.

La hiena se había recostado sobre la hierba y observaba en silencio con su mirada oblicua y reprimía con esfuerzo sus carcajadas de befa y mofa al recordar, gracias a su infinita memoria, la enorme inteligencia que mostró en el Cuento que ella protagonizó junto a una cigüeña, y que redactó Paul Bowles.

Por si era escaso botín el cubierto de plata la urraca le espetó al cuervo que en su nido guardaba la fantástica esmeralda que le hurtó a Bianca Castafiore cuando actuaba en la historia de Tintín conocida como “Las Joyas de la Castafiore”, y que ello demostraba con suficiencia sus enormes capacidades y su fabulosa inteligencia.

Sintiéndose algo derrotado ante el esplendor de la joya que la urraca había afanado, el cuervo relató, a modo de contraataque, que él no sólo birlaba joyas y objetos con brillo y lustre sino que era personaje capital en obras de la relevancia del Otelo y Macbeth de Shakespeare, y también había sido requerido por el propio Noé para ver el estado de las aguas después del diluvio universal, lo cual dejaba bien a las claras que a sus conocidas e insuperables dotes cleptómanas había que añadirle sus virtudes tanto artísticas como para la pesquisa profesional y científica.

La hiena, que empezaba a desear hacerse notar ante el despliegue de altanería y fatuidad de las dos aves despidiendo sus nauseabundos olores de las glándulas anales, pensó también en recordarles que a ojos de la especie dominante ambas no eran conocidas por su inteligencia sino por su comportamiento ladino, villano y cizañero, amén de ser el cuervo considerado pájaro de mal agüero y portar la mala suerte y la muerte la urraca cuando se posa en una ventana, pero decidió proseguir su observación en silencio pues ella misma conocía la muy mala prensa que entre los humanos tenía, y no era cuestión de incitar a las dos alimañas que entre ellas discutían a fijar su objetivo sobre sí misma.

La urraca argumentaba ante su adversario que sus hurtos eran siempre de piedras preciosas y artículos de alta bisutería mientras los del feo y negro cuervo eran cristales, espejos y objetos carentes de nobleza por ser de uso cotidiano entre los humanos, y que además ella era la gran protagonista de los cómics de “Pulgarcito”, Doña Urraca, con su vestido negro, medias a rayas, nariz ganchuda y paraguas sempiterno que no utilizaba más que para zurrar a sus contrarios, y hasta el personaje de Caramillo habían tenido que inventar para convertirlo en su antagonista y así dotarla a ella de mayor protagonismo.

El cuervo, henchido de soberbia y engominadas sus plumas negras porque con el discurso que ahora lanzaba veía la victoria cercana, recordó sus sublimes actuaciones en el cómic que sólo su nombre y su protagonismo exclusivo mostraba, “El Cuervo”, y que con posterioridad fue llevado a la pantalla hasta convertirse en película de culto, aunque sibilinamente ocultó que ello ocurrió gracias a la muerte accidental y en extrañas circunstancias de Brandon Lee, hijo del especialista en artes marciales, Bruce Lee.

La urraca, presa de enojo, atacó al cuervo con toda su inquina aprovechándose de que la arrogancia ante la proximidad de la victoria le había hecho levantar la cabeza y con ella la mirada al cielo, y le hundió el pico en el corazón. El cuervo, en el estertor de la muerte, soltó la bolsa de sus rapiñas y al caer al suelo desde la altura de la rama en la que competían se rompió en infinidad de trozos el espejo que contenía y por la vegetación del sotobosque se desparramó.

La vencedora descendió vanidosa con su vuelo algo desgarbado a observar en la pinaza las piezas del botín del cuervo y lo que contempló fueron un sinfín de imágenes de cabezas negras picudas de pájaros a los que confundió en su todavía exacerbada cólera con cuervos, por lo que atacó cada una de aquellas imágenes con descontrolada exasperación hasta herir sus alas y pecho, patas y cabeza, espalda y cola con los cuchillos del canto de los espejos provocando la sangría de su propio cuerpo.

La hiena, que todo lo había observado con mucha flema y no poco temple, se levantó cansinamente, recogió con sus fauces los cuerpos inanimados de las aves, y recordando de nuevo a Paul Bowles y su narración “La Hiena”, se dirigió a su cueva, soltó de sus dientes los cuerpos, y salió al exterior con la confianza de que allí no los alcanzarían las hormigas mientras decía quedamente: “Dentro de diez días volveré. Para entonces ya estaréis a punto”.

Entonces, con un atisbo de engreimiento aflorando en su rostro, pensó en relatar a todos aquellos con los que se tropezase que la inteligencia había hallado morada en su cerebro y no en el de otros que así lo proclamaban, pero rectificó de inmediato para no caer en el mismo pecado que la urraca y el cuervo, y otros que, de buen seguro, con ella se cruzarían.

Y decidió guardar discreción y paseó a la luz  de la luna y fue en ese momento cuando resonaron en el atardecer de la campiña las histéricas y macabras carcajadas de la hiena.

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