domingo, 11 de mayo de 2014

El beso a la amada.


Una tarde de primavera te mostré como besan los cocodrilos y tu labio trémulo recogió la flor de ese beso.

Al caer la noche te enseñé el beso ruso, ese que, a imitación de las muñecas del mismo origen, se esconde uno dentro del interior de otro, y el estremecimiento hizo suyo tu cuerpo entero.

Al alba te pedí que mientras te besaba con lentitud me mirases con intensidad, y recordé las Rimas de Bécquer cuando dicen que “el alma que puede hablar con los ojos, también puede besar con la mirada”.

Y ahora y todas las tardes, las noches, las albas y amaneceres persigo ese beso delincuente que Miguel Hernández le reclamaba a su amada Josefina Manresa, y que tu lejanía me impide su cercanía, amada desconocida.

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