Hace dos días que estoy sentado frente a la pantalla de mi
Mac observando una webcam de unos ornitólogos que han situado una cámara frente
al nido de una pareja de golondrinas que incuban una puesta de cuatro huevos
color crema con pintas rojizas.
La webcam transmite en directo la incubación y al parecer en
unos tres o cuatro días explosionarán los huevos y ofrecerán nuevas vidas de
golondrinas.
En Europa había unas treinta millones de parejas y en los
últimos diez años se han reducido en una tercera parte por culpa de los
insecticidas y de las nuevas construcciones urbanas que no facilitan la
nidificación de estas aves.
Te explico todo esto, mi amor, porque al lado de la pantalla
del Mac está tu fotografía en la que sentada en actitud pensativa en la terraza
de Enveitg contemplas con mirada majestuosa la Sierra del Cadí, frente a tu
casa de la montaña.
Mientras miro obsesivamente la pantalla de las golondrinas
desvío mi vista de forma compulsiva a tu fotografía.
Me pregunto persistentemente qué debías pensar en ese
momento.
Me penetra un sentimiento de tristeza y soledad negro
metálico como el color de la espalda de la golondrina.
Oigo a través del audio del Mac el gorjeo de la que incuba y
mi alma lastima con su quejido el calor que regala su vientre blancuzco a su
puesta de vida.
La golondrina paciente me recuerda tu eterna paciencia
conmigo, tus esperas y desesperos con mis obsesiones creativas, tu permanente
tranquilidad con mi enorme y revoltosa fogosidad, tu paz de golondrina con mi
nerviosismo de ardilla inquieta, tu vuelo rasante sereno y certero con mi
revoloteo de moscardón embebido de néctares de flor de aquí y de allá, el
despliegue controlado de tus alas de golondrina con mi aleteo de mariposa sin
destino.
Miro y miro la pantalla con la obsesión que es toda de mi
vida.
Me he informado que el nido está en la Universidad Autónoma
de Madrid, en un garaje, pero como que la imagen es un primer plano me imagino
que puede ser un establo, o un patio, o un puente, o incluso un embarcadero
desde donde las crías verán el mar que se ondula al ritmo del pensamiento que
en la fotografía diriges a la Sierra.
Dicen que las golondrinas regresan cada año al mismo nido
que construyeron el año anterior. Regresan a nuestras tierras desde Guinea,
donde pasan el invierno en dormideros algunos de ellos de cien mil individuos.
Vuelvo a mirar tu fotografía y recuerdo que siempre querías
regresar a nuestra casa en el valle más ancho de Europa, tu casa de pueblo situada en
una de las tres poblaciones con más horas de sol al año del continente, como la
golondrina que al mismo balcón regresa para su nido colgar.
Mi amada, ahora pienso, mientras contemplo la pantalla del
Mac, que ha volado una golondrina a mi encuentro desde otras tierras.
Voló rasante regalando al cielo su torso de un de negro metal azulado, su pecho del blanco de la porcelana y su rostro del rojo anaranjado
de tu piel.
Voló para traerme de nuevo la primavera con su gorjeo de entrada de verano.
Voló para traerme de nuevo la primavera con su gorjeo de entrada de verano.
Volvió la golondrina para darme el calor de la incubación
del amor.
Voló desde su dormidero para que yo despliegue sus alas y le
muestre los diferentes vuelos que la vida ofrece al que ama.
Vino a mi encuentro porque sabe que como yo te quise,
desengáñate, ¡así nunca nadie te quiso ni te querrá!, y la golondrina hacia mí
voló porque sabe que la querré como nadie la quiso ni jamás la querrá.
Y tú, golondrina que recién llegaste, anida, y tú, amor, vuela, vuela, vuela… más
alto, más alto, más alto… !!!
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