domingo, 4 de mayo de 2014

Los lechos de mi hijo de treintaytresaños.

 
Cuando mi hijo de treintaytresaños regresa a Barcelona para verme y también para trastear con sus amigos duerme en la cama que abandonó su madre al morir hace algo más de cincoaños.

Es la misma cama en la que descansó y durmió poco y mal, cogidas nuestras manos herrumbrosa y de óxido helado, los días posteriores al fallecimiento de su madre Susan y compañera mía durante mas de treintaycincoaños.

Cuando regresa a la provincia de Cuenca, a Tarancón, duerme en la misma cama en la que el amor, el encuentro de los cuerpos y la sensualidad devinieron en la concepción de Susanita, ahora ya con tresañitos.

Pienso que en la cama de su madre debe hallar el amor y la paz y la serenidad y la comprensión y la ternura de la madre perdida y en la de Tarancón busca y encuentra de nuevo otro amor y también la agitación de la demostración de las pieles que se aman y también la paz y el sosiego y la pasión desbocada por su hijita peqeñita a la que un día su avi le explicará las delicias y el tacto suave y de esponja de la piel de su abuelita.

En la vida de mi hijo, como en la mía, siempre hay mujeres de piel de la suavidad de la porcelana y de amor profundo en el fondo de esos ojos que solicitamos merodear con lentitud morosa para penetrar en los besos que se roban en sus bocas trémulas y deseosas de pasiones compartidas.

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