Desde un par de días antes de ese “cap d’any” de 1992 mi
mujer, mis hijos, yo mismo y mi amigo y su mujer y su hijo ya estábamos
instalados en su bonito apartamento de la localidad de Bellver de Cerdanya,
casi ya rozando los límites de la comarca del Alt Urgell.
El último día del año, Isa y Susan, mi mujer, pensaron que
podían ir a esquiar por alguna pista de la zona, y yo decidí que no esquiaría
con ellos porque más que practicar el deporte blanco lo que haces son colas en
la carretera para llegar a pie de pistas, colas para conseguir el forfait, más
colas para ascender en los telearrastres y colas para descender con el riesgo
de que te metan un viaje y te dejen estúpido para el resto del día, y para acabar
la jornada de aproximación y alta sintonía con los de tu propia especie
finalizas con nuevas colas para salir de las pistas y regresar a tu
apartamento.
Para convencer a todos de que me dejasen en paz encontré en
mi cabeza la estrategia adecuada: ese día cumpliría con el compromiso adquirido
con mi amigo Titi por sus lecciones sobre la logística marítima, y lo invitaría
a comer en un buen Restaurante de la zona.
Y mi estratagema funcionó !
Las mujeres y los niños se fueron a esquiar sin rechistar y
a mi amigo le pareció excelente la idea de darnos un buen papeo y con cargo a mi
cuenta corriente (él sabía bien que iríamos a un buen local, ya que conoce de
mi generosidad habitual en ocasiones como esa y de mi desconocimiento perpetuo
sobre el valor del dinero).
Mientras despedíamos casi emocionados a la familia (hay
ocasiones en que separarte un ratito de los seres queridos es un auténtico
placer, y además allá ellos con su sky y las colas) decidimos que dado que era
una hora todavía temprana de la jornada podíamos pasear un poco, charlar y, en
suma, hacer tiempo antes de tomar la decisión de qué Restaurante escogíamos
para nuestra comida.
De la charla sólo recuerdo después de tantos años que J.L.
me dijo que un amigo suyo había adquirido una casa fantástica en la Cerdanya
francesa, concretamente en la población de Estavar, tocando Llivia, esa isla
catalana en el interior de Francia a causa de un error en el diseño de las
fronteras del Tratado de los Pirineos del siglo XVI.
Que la casa le había costado no más allá de cuatro millones
de pesetas (en los euros de hoy en día pues veinticuatro mil), que ea una
ganga, vamos, un chollo, y que en poblaciones como esa o similares, como Palau
de Cerdanya, Err, Ur, Eine, Enveitg, La Tour de Carol, Osseja, Sallaigouse,… se
podían encontrar casas divinas por esos precios tan asequibles para los
catalanes de Barcelona, o sea, los pijos y burgueses como nosotros.
Que ya que en la Agencia de Publicidad había prosperado
hasta alcanzar la Dirección General, lo cual le hacía suponer que yo ganaba un
pastón ganso, por qué no contemplaba la posibilidad de adquirir alguna casa, ya
que si no la habitaba en temporadas concretas siempre era una inversión eso de poner dinero en piedras o ladrillos, que eso siempre sube de pecio, que no se
devalúa, que es un bien garantizado y de futuro, y qué se yo cuantas cosas más
me dijo (por supuesto desconocía que en el 2008 empezaría no una crisis si no una estafa de dimensiones monstruosas y universales de las clases gobernantes).
La cuestión es que como que mucho no teníamos por hacer
hasta la hora del almuerzo, decidimos coger el coche y trasladarnos hasta la
Cerdanya francesa (no más de media hora de trayecto) y ver si dábamos con carteles o rótulos de "En Venta" ("A vendre",
ya que era Francia), y después, ya que habíamos mencionado la cercanía de
Llivia a Estavar, el pueblo donde la casa de su amigo, podíamos ir a comer a
“Can Ventura” en la Plaza principal de Llivia, tal vez el mejor Restaurante de
la Cerdanya por aquellas épocas (y también caro de verdad por no decir caro de cojones, pero con una cocina
digna de degustar).
Y eso hicimos!!!
(continuará)
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