lunes, 26 de mayo de 2014

Una casa con alma o la Experiencia es un grado. (Capítulo III).


Desde un par de días antes de ese “cap d’any” de 1992 mi mujer, mis hijos, yo mismo y mi amigo y su mujer y su hijo ya estábamos instalados en su bonito apartamento de la localidad de Bellver de Cerdanya, casi ya rozando los límites de la comarca del Alt Urgell.
El último día del año, Isa y Susan, mi mujer, pensaron que podían ir a esquiar por alguna pista de la zona, y yo decidí que no esquiaría con ellos porque más que practicar el deporte blanco lo que haces son colas en la carretera para llegar a pie de pistas, colas para conseguir el forfait, más colas para ascender en los telearrastres y colas para descender con el riesgo de que te metan un viaje y te dejen estúpido para el resto del día, y para acabar la jornada de aproximación y alta sintonía con los de tu propia especie finalizas con nuevas colas para salir de las pistas y regresar a tu apartamento.

Para convencer a todos de que me dejasen en paz encontré en mi cabeza la estrategia adecuada: ese día cumpliría con el compromiso adquirido con mi amigo Titi por sus lecciones sobre la logística marítima, y lo invitaría a comer en un buen Restaurante de la zona.
Y mi estratagema funcionó !
Las mujeres y los niños se fueron a esquiar sin rechistar y a mi amigo le pareció excelente la idea de darnos un buen papeo y con cargo a mi cuenta corriente (él sabía bien que iríamos a un buen local, ya que conoce de mi generosidad habitual en ocasiones como esa y de mi desconocimiento perpetuo sobre el valor del dinero).

Mientras despedíamos casi emocionados a la familia (hay ocasiones en que separarte un ratito de los seres queridos es un auténtico placer, y además allá ellos con su sky y las colas) decidimos que dado que era una hora todavía temprana de la jornada podíamos pasear un poco, charlar y, en suma, hacer tiempo antes de tomar la decisión de qué Restaurante escogíamos para nuestra comida.

De la charla sólo recuerdo después de tantos años que J.L. me dijo que un amigo suyo había adquirido una casa fantástica en la Cerdanya francesa, concretamente en la población de Estavar, tocando Llivia, esa isla catalana en el interior de Francia a causa de un error en el diseño de las fronteras del Tratado de los Pirineos del siglo XVI.
Que la casa le había costado no más allá de cuatro millones de pesetas (en los euros de hoy en día pues veinticuatro mil), que ea una ganga, vamos, un chollo, y que en poblaciones como esa o similares, como Palau de Cerdanya, Err, Ur, Eine, Enveitg, La Tour de Carol, Osseja, Sallaigouse,… se podían encontrar casas divinas por esos precios tan asequibles para los catalanes de Barcelona, o sea, los pijos y burgueses como nosotros.
Que ya que en la Agencia de Publicidad había prosperado hasta alcanzar la Dirección General, lo cual le hacía suponer que yo ganaba un pastón ganso, por qué no contemplaba la posibilidad de adquirir alguna casa, ya que si no la habitaba en temporadas concretas siempre era una inversión eso de poner dinero en piedras o ladrillos, que eso siempre sube de pecio, que no se devalúa, que es un bien garantizado y de futuro, y qué se yo cuantas cosas más me dijo (por supuesto desconocía que en el 2008 empezaría no una crisis si no una estafa de dimensiones monstruosas y universales de las clases gobernantes).

La cuestión es que como que mucho no teníamos por hacer hasta la hora del almuerzo, decidimos coger el coche y trasladarnos hasta la Cerdanya francesa (no más de media hora de trayecto) y ver si dábamos con  carteles o rótulos de "En Venta" ("A vendre", ya que era Francia), y después, ya que habíamos mencionado la cercanía de Llivia a Estavar, el pueblo donde la casa de su amigo, podíamos ir a comer a “Can Ventura” en la Plaza principal de Llivia, tal vez el mejor Restaurante de la Cerdanya por aquellas épocas (y también caro de verdad por no decir caro de cojones, pero con una cocina digna de degustar).

Y eso hicimos!!!

(continuará)

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