viernes, 2 de mayo de 2014

Personajes de mi pueblo y otras cosas en una historia que no es de cronopios ni de famas argentinas porque es simplemente una historia horizontal de mi pueblo que en realidad es un barrio (8). Capítulo 3.



Y justo al lado del Mercado asoma soberbia y elegante, sencilla y serena, la Plaza de Sarriá, en mis épocas de estudiante en los jesuitas Plaza del Duque de Gandía, porque Franco y los suyos además de no tolerar que otros pueblos gozasen del habla en su propia lengua tampoco apreciaban las costumbres autóctonas, y hasta denominar a una plaza con el nombre de su barrio catalán les parecía que podía fomentar desamores a esa patria una, grande y libre (si era de ellos y según ellos, claro) y la rebautizaron con el título de un ducado que ni dios sabe a quién pertenece.
Pero olvidando a esos infortunados (pese a que gallegos de esa estirpe siguen gobernando, algo más creciditos y desarrollados físicamente que el que se añadía el “…ísimo” en su nominación personal), en la Plaza de Sarriá encontramos el quiosco de Pilar, entrañable gestora de la prensa diaria y de las revistas semanales, quincenales y mensuales, siempre con una sonrisa en sus labios que despiden atenciones y parabienes a sus clientes habituales, incluso hasta al ricachón gordo y maleducado que los suplementos que desestima de la prensa los tira allá donde se le ocurre y con el desprecio propio del que se siente superior por el simple hecho de pagar el periódico diario con billetes de cincuenta euros. Pero Pilar no deja de mostrar afabilidad y de regalar sonrisas serenas y pequeñas y silenciosas a todos los que le compran y también a los que no le compran pero preguntan por una calle, por un comercio, por el autobús que les conviene para su destino, o por cualquier otra duda sobre el pueblo que en realidad es un barrio pero que huele como un pueblo.
Cuenta Pilar con la ayuda de su marido, que de hecho es el gerente, menos generoso en el sonreír, menos dispuesto al diálogo banal tal vez porque canturrea ronroneando casi de forma continua como quien masca un chiclé o quien consume pipas mientras ve jugar a su equipo deportivo favorito, mezcla de antídoto para la ansiedad y remedio para matar el aburrimiento de la repetición diaria de hechos y acciones, pero trabajador incansable como su repetitiva letanía musical.
También cuenta con Dani, sobrino, que se incorporó hará ya un par de años al quiosco, y aporta, como su tía, risas y sonrisas, sencillez en su trato cálido y atento, tímido y mesurado en la expresión como buen conocedor de los límites que el comerciante no debe traspasar.
Sufrió hace un tiempo la muerte de su perro y descubrí que los sentimientos que su timidez esconden arañan su espíritu y ahogan lágrimas que desbordarían para liberar pesares que discurren por todo su interior. Buena persona.
Se agradece en intempestivas y sombrías mañanas, días de mal tiempo, unos oscuros y otros mojados, y algunos de espíritu atribulado, encontrar personas que te regalan una sonrisa y un comentario agradable.
Al mismo quiosco en los últimos tiempos acuden a colaborar con su trabajo el hijo de Pilar, un joven de nuestros días que son días sin oficio ni beneficio porque los que mandan ya se ocupan de la austeridad hasta en el trabajo y sólo engordan las filas del paro, y que parece buscar el futuro que aquí no encuentra en la China, y que no por cercanía comparte ahora sus días con una princesa alemana rubia como bella nibelunga.
Le adorna la cara una amplia sonrisa y una piel que parece de albaricoque antes de madurar, de efigie delgada y bella aunque la misma deberá controlar para que esa delgadez no se le convierta en la radiografía de un silbido.
Buena gente, entrañable, cálida, atenta hasta en los días de pesadumbres y paréntesis en las alegrías. Gente de barrio que no son de mi pueblo que es en verdad un barrio pero huele como un pueblo pero que deberían de serlo por su cercanía con los que sí somos de aquí y con otros que no lo son pero por aquí habitan sus días.

(continuará)

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