Hace poco más de seis años me rompía los nudillos pegando
puñetazos contra las paredes porque mi mujer había fallecido, y yo me sentía
solo y desamparado.
Hoy llevo todo el día gimiendo porque una mujer a la que
conocí hace poco más de dos años, ¿o será menos tiempo?, me ha dicho que me
quiere mucho, pero no como una mujer quiere a un hombre, que ahora está
desganada y que se le ha enfriado lo que sea y no sabe por qué. Que le gustaría
seguir siendo mi amiga, pero como las de antes, o sea, sin contacto ni contagio
sentimental.
Y yo, que soy un tibio, llevo todo el día llorando y empiezo
a golpear de nuevo las paredes y las puertas, y mis nudillos ya se han
enrojecido.
Y sé que debo parar, porque las cosas acostumbran a ser irreversibles,
aunque yo no me lo creo y por eso me equivoco una y otra vez, y lo repito de
nuevo hasta casi enloquecer.
Y mientras me desgañito a llantos pienso en qué regalo le
gustaría, en qué joya le compro o le diseño, cuando ni se las pone porque no le
gustan, en qué frase le diré mañana por la mañana, cuando ella vaya hacia su
Instituto que no le gusta en exceso, para que tenga un día feliz, mientras yo
seguiré matándome a pensamientos del por qué de mi desgracia, del por qué de mi
incapacidad para enamorar a una hembra que merezca la pena.
Llevo tres días drogándome con somníferos porque es la única
forma en la que no lloro porque me duermo y además el tiempo así pasa más
deprisa y como que cuando pasa el tiempo todo se olvida porque no hay consciencia pienso que
igual me ayuda.
Pero ahora me duele el estómago un montón, y entonces
consumo la mierda esa del omeprazol y luego me encuentro mal y estoy mareado y
tengo nauseas, y mientras me dan arcadas arranco a llorar otra vez y parezco
imbécil y pienso que si ella me viese sería mucho peor porque se daría cuenta
de mi necedad y de mi fragilidad y entonces habría ya perdido toda oportunidad,
oportunidad que por otra parte no se si existe pero que yo me aferro a ella
pensado que sí existirá, que tal vez sea posible, y puede que no lo sea, porque
ella es de tierras firmes y no conoce que el mar a veces se calma y otras es
como una bestia bravía, pero yo sí lo conozco porque soy mediterráneo y así me
va.
Así me va de mal, de mal en peor, quiero decir.
Se me ha instalado en el cuerpo una tristeza descomunal. Y
eso es malo, hasta para mi espalda. Me cuesta caminar, levantarme, me cuesta
desplazarme. Me cuesta sonreír y decir palabras bonitas a los que las esperan
de mí. A los que las esperan porque es costumbre. Porque siempre se las he
dicho. Gente desconocida. Dependientes, camareros, charcuteros. Porque así me
ven. Siempre dicharachero y contento, simulando alegrías que existen y a veces
no. Porque desconocen que lloro casi todos los días, y sobre todo desde que las
mujeres de mi vida me abandonan. Ahora estoy anquilosado, aletargado,
apelmazado. Estoy como un alma en pena.
Pienso que debo empezar a vigilar el jardín antes de que las
malas hierbas lo dominen de nuevo. Que hay que preparar el huerto, cortar el
césped, preparar los comedores para los pájaros del cielo, iniciar mi proceso
de rehabilitación de la espalda, pintar el pequeño mural que quiero en el
comedor de mi casa, mural que es de elefantes y mariposas y ranitas de las que
yo quiero porque son princesas del Duero, barnizar ventanas y puertas que están
expuestas a nieves y lluvias ceretanas y que deben conservarse, y me canso sólo
de pensar en ello, y ello no es de mi condición, por lo que sospecho que algo
malo me pasa pero hasta pensarlo me cansa y lo dejo y así estoy, que no me veo.
Ayer fui a lavar la ropa a una lavandería industrial, vamos,
de las que tú te lo haces todo, porque no hay dependientes, sólo máquinas que
tú alimentas con tus ropas sucias.
Descubrí, la primera vez que fui hace escasa fechas, que el
rodar del bombo con la ropa dentro me hipnotizaba, y por ello fui incapaz de
abrir el libro que conmigo transportaba.
Hechizado por las vueltas y vueltas y más vueltas de cuatro
lavadoras que actuaban de forma rítmica y conjunta mi cerebro empezó también a
dar vueltas al estilo de los pensamientos mentales desmantelados, desmantelados
porque son desordenados y en muchas ocasiones inacabados, y auque no recuerdo
todos mis pensamientos porque mi hechizo lo fue en dos etapas, la del lavado primero
y después de la del secado y eso requiere de un intervalo y su consiguiente
concentración, en total cuarenta y cuatro minutos, y además de eso mis
ensoñaciones fueron interrumpidas al entrar en la lavandería durante la fase
del lavado una mujer anciana de raza gitana, sí puedo transcribir aquellos que
más marearon con sus vueltas mi mente:
¿Se me olvido cómo besar a una mujer? ¿Desaprendí cómo amar
una mujer bella?
¿Soy un animal de una sola mujer? ¿Por qué se me quebró esta
ilusión en un plazo de tiempo tan breve? ¿Por qué este amor ha sido tan próximo
al óxido? ¿No lo he sabido lustrar, alimentar, mantener, ilusionar, regenerar?
¿Por qué mis alegrías son efímeras? ¿Por qué hasta las mayores alegrías dejan
un poso de tristeza? ¿Será verdad que en toda experiencia siempre hay un
sentimiento de carencia?
Nunca pensé que sería fácil, pero tampoco tan frágil.
En un momento en el que me desconcentré del rodar del bombo
abrí el periódico en una página al azar, y fui a dar con la noticia que
explicaba la inauguración del Monumento a la Ilusiones Perdidas creado por Toni
Batllori. La cabeza se me fue a Balzac y del francés a mis ojos que se nublaban
con esa calidez pegajosa que tanto acongoja el espíritu.
Me limpié los ojos frotando con los dorsos de mis manos, y
entonces observé que sólo faltaban cinco minutos para que mi lavadora
finalizase su función y que la que estaba al lado tenía dos minutos de retraso
respecto de la mía. Eso era bueno, porque no se me adelantarían con la
secadora.
Al cabo de unos breves minutos miré de nuevo el reloj de mi
lavadora y resultó que seguía marcando los mismos cinco minutos de antes y, sin
embargo, la de al lado ya me había adelantado porque indicaba que sólo le
restaban dos minutos para acabar.
Dirigí mi mirada hacia los ojos de la gitana, le comenté lo
que observaba en mi lavadora y, para mi sorpresa, eso me dijo la anciana:
- “Parece que se estropeó la lavadora, como estropeadillo
está usted”
Ante mi cara de sorpresa y de cierta confusión, la anciana
gitana, con una expresión pícara prosiguió:
- “Le he visto llevarse las manos a la espada en varias
ocasiones y su cara refleja dolor físico”.
- “Sí”, respondí. “Me fracturé unas vértebras pero ya casi
estoy restablecido”.
Y la anciana gitana me soltó a bocajarro:
- “Pero es que además también parece enfermo del corazón,
porque su rostro refleja dolor del alma”.
Sorprendido, le contesté que sí, que algo tocado estaba
porque una mujer que adoro me había dicho hacía un par de días que su
enamoramiento se lo había llevado no sabía quién, tal vez las constantes
lluvias del norte, pero que ya no era amor intenso.
Y la anciana gitana, con una serenidad imperturbable, me
respondió:
- “Deje usted pasar el tiempo, que eso lo arregla todo y
siempre para bien”.
Le di las gracias, y de inmediato comprobé cómo mi lavadora
marcaba ya que sólo restaban cuatro minutos para finalizar el lavado, y al
mirar a la gitana ella sonrió y murmuró muy bajito “El tiempo…”
Mientras ella doblaba su ropa ya lavada me senté a su lado
con toda la rapidez que pude y le pregunté como un poseso:
- “Señora, ¿el tiempo también me devolverá a mi princesa
enamorada de mi amor de nuevo?”
La gitana dejó reposar con languidez la palma de su mano
ajada y nervuda y extremadamente limpia en mi pierna, que se agitaba inquieta,
y con una infinita sonrisa de sabiduría respondió:
- “El tiempo lo arregla todo, muchacho, y si usted ama, será
amado, pero todo en su momento adecuado”.
La besé en su mejilla surcada de profundas y bellas arrugas
y tranquilamente se fue tras acabar de recoger su ropa blanca y limpia como las
palmas de sus manos.
Se tranquilizó mi espíritu, esperé relajado el final del
secado de mi ropa, y pensé con todas mis fuerzas que si es preciso acudiré cada
día a la lavandería para ver si la gitana me dice que se cumplió el tiempo y
como ella ya sabía, acertó con su profecía.
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