Los compré, los pensamientos amarillos, en el Garden Center
y los dejé en el interior del coche mientras hacía un último recado.
Cuando regresé, el interior del vehículo olía a miel y a
menta. A limpio. A frescura.
Olía que era una delicia.
Me acordé entonces de que cuando pienso en mi compañera
huelo el éter.
Me acordé entonces de que cuando pienso en otra mujer huele
a rosa mosqueta.
Y entonces pensé que el coche de un político de este país
debe oler a podrido.
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