Desde uno de mis miradores (una amiga me dijo que podía
utilizar los términos de Desde mi balcón indiscreto y no descarto hacerlo) me
dedico a observar la cantidad de bostezos que se pueden producir entre los
parroquianos de un bar.
Y en la observación compruebo que los hay que se tapan la
boca y los hay que bostezan a carrillo suelto, los hay que intentan apretar las
mandíbulas para abrir lo menos posible sus fauces y los hay que te enseñan
hasta la partida de nacimiento y otras lindezas de sus muelas y paladares, los
hay que incluso los acompañan de ruidos más o menos sonoros y explosivos y los
hay que emiten ruiditos agudos y cursis.
Realmente hay bostezos de muchos tipos y condición.
Se me ocurre recordar también en mi divagación sobre los
bostezos que en nuestra cultura es signo de buena educación taparse la boca y
esconder el bostezo, y no sé explicarme si es porque demostrar aburrimiento,
hastío o cansancio, que suelen ser tres causas provocadoras del bostezo, es
signo de mala educación.
En consecuencia me hago un lío mental que complico más
cuando recuerdo que si hoy, día en el que mi nieta Susana cumple cuatro añitos,
yo tuviese que explicarle a la niña que debe taparse la boca al bostezar para
demostrar que está bien educada, no sabría cómo hacerlo ni qué decirle para ser
convincente.
Pienso que podría decirle que debe taparse la boca para no
tragarse una Señora Mariposa de Madagascar que está de viaje por el África
Central, que es lo que le ocurrió al Señor Elefante, pero es posible que la
chiquita no recuerde ese cuento que escribí y que lleva por título “El Elefante
que de una Mariposa se enamoró”, así que esta explicación no me sirve.
Y sigo liándome en mis diatribas, porque de repente pienso
en algo que me gusta como explicación, pero que impide que se tape la boca, y
ello lleva implícito el que mi nietecita sea considerada una maleducada: le
podría decir que el bostezo no es más que el mecanismo que incorpora nuestro
cerebro para recordarnos cuando toca, y suele tocar cada día, porque cada día
bostezamos, que debemos conservar, mantener y cuidar la capacidad de asombro, y
uno se asombra y lo demuestra cuando abre mucho la boca. Es decir, para ser más
explicito y claro: no bostezamos cuando abrimos la boca, nos asombramos.
Me gusta esta explicación.
Así que le diré a mi nieta que no esconda el bostezo, porque
todo el mundo sabrá, al ver su boca muy abierta, que esta asombrándose, y eso
además, lo de asombrarse, es un signo de inteligencia mayúsculo, porque el que
se asombra, pregunta e investiga, y en consecuencia, aprende.
Es por ello que he decidido pensar que lo de ser educado
amagando el bostezo es una solemne estupidez.
Ahora mismo, entre trago y trago de mi birra, lanzo un
bostezo descomunal que provoca que los de la mesa de al lado cuchicheen que soy
un tipo muy inteligente. Me parece que dicen eso tapándose la boca, pero no
porque ellos bostecen, sino para que yo no les oiga. Y estoy seguro de que a Susana le encantará saber que su abuelo
está considerado un tipo inteligente. Por eso me gusta mucho lo que se dicen
bajito los de la mesa de al lado.
Repito bostezo. Más descomunal si cabe, y ahora me sonríen y
yo a ellos. Estamos todos asombrados, porque el bostezo muestra otra de sus capacidades,
que es la del contagio, y tengo la sensación que todo el bareto bosteza y luego
nos miramos y nos reímos y todos nos creemos muy inteligentes y eso, todo eso,
pues es bonito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario