En medio del césped que mira hacia la Sierra del Cadí y que
este verano sufre de una enorme sequedad que lo amarillea tocaba la guitarra
una cigarra con pinta de muy bandarra.
Me acerqué porque se me despertó el deseo de charlar con
ella y muy amablemente me atendió, y como si leyese mis pensamientos me soltó
que suponía que con ella quería hablar del tema tan sobado de las hormigas
laboriosas y las cigarras vagas y despreocupadas.
Sorprendido le dije que así era, aunque en realidad no lo
estaba mucho porque con una cigarra sólo se me ocurriría hablar de este tópico
o, tal vez, de la música que tocan y cantan alegremente. Bueno, también podría
hablar de la sonrisa que se dibuja siempre en sus rostros de eternas vividoras
felices, pero eso es ya por rizar el rizo, porque de lo obvio no es necesario
parlamentar.
Y sin dejarme mucho tiempo para mis reflexiones, la cigarra
me soltó que toda esa historia, la de hormigas laboriosas y cigarras vagas y
ociosas, es una mentira.
Que las hormigas viven bajo la dictadura de la Reina Hormiga
y que su máximo anhelo es dejar de hacer el indio una detrás de la otra, cada
una con su granito de comidita agarrado por sus diminutas garras para abastecer
el almacén de la Reina Hormiga que cada día está más gorda y es mucho mas vaga
que cualquier cigarra y su guitarra.
Que sólo unas cuantas hormigas, que son conocidas como
zánganos, se libran de trabajar todo el santo día porque son las aduladoras de
la Corte de la Reina Hormiga.
Que también es falso de pura mentira y falsedad que las
cigarras son holgazanas por naturaleza.
Que simplemente, tras años y años de patearse el mundo y
muchos céspedes, han aprendido de sus antepasados que a la vida no se viene a
trabajar, si no a vivirla, y que se debe trabajar sólo para vivir, y eso es lo
que ellas precisamente hacen.
Que lo de la música y el cante es uno de los artes que
cultivan, pero también aman y disfrutan de otras muchas más como la escultura,
la poesía, la amistad, las fiestas, la naturaleza, las flores y los árboles y
las estrellas del cielo que acompañan a la luna y después dan paso al sol, y
así muchas cosas más que la vida ofrece.
Que cuando toca currar para poder comer pues curran, porque
otra mentira extendida por algún simple y con altavoz para que se propague más
y mejor es que cuando llega el invierno y escasean los alimentos las cigarras
llaman a las puertas de los hormigueros para implorar comida.
Qué más bien es al revés, que cuando la Reina Hormiga desea
celebrar una fiesta envía a su pueblo disciplinado y alienado y alineado a las
casas de la cigarras para solicitarles que acudan como cantantes, guitarristas
y animadoras de sus fiestas aburridísimas en sus aburridos hormigueros.
Y entonces ellas acuden y cantan y bailan y comen hasta
hartarse y cuentan chistes y anécdotas divertidas, mientras las hormigas siguen
desfilando una detrás de la otra por sus pasillos subterráneos y la Reina
Hormiga y sus zánganos comen en una bacanal de manducas y bebidas hasta quedar
extenuada ella y extenuados los halagadores, o hasta que la partida de las
cigarras de regreso a sus hogares les abandona de nuevo a su aburrimiento
secular.
Le dije que me había convencido, y era verdad, porque me
acordé de pronto y de repente de que los humanos hacemos lo mismo, y para el
que así no lo vea sólo debe acercarse a ese país que domina una familia que se
llaman algo así como Il Im Bécil, el hijo Il Ton to, el nieto Il Más In Útil y
que le seguirá Il Ne Cio Tot Al, o bien observar con detenimiento e imparcialidad
a otros que dicen que practican lo que les enseñaron sus anteriores de un país
de filósofos y eligen un Rey o Reina o Presidente o Canciller (los nombres
varían por hacerlo más entretenido pero todo es lo mismo de idéntico e igual)
que también se rodean de zánganos y se ponen las botas a costa de su sufrido
pueblo que no va en fila india porque todavía están más despistados que las
hormigas y se cruzan y chocan entre sí y se parten la cara entre ellos.
Me despedí cariñosamente de la cigarra guitarrera que seguía
echada plácidamente en el césped que contempla la Sierra del Cadí con el ruego
de que siguiese rasgando su guitarra hasta el anochecer, ya que su compañía era
muy grata para mi espíritu en ocasiones atormentado, porque he sido hormiga, he
querido ser cigarra, y en realidad ni siquiera se lo que soy.
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