Hace unos días, concretamente el pasado 14 de julio, se
celebró un maravilloso concierto en Barcelona.
Caetano Veloso y Gilberto Gil, juntos en el Gran Teatre del
Liceu, celebraron sus cincuenta años de amistad y trayectoria artística, y
enamoraron al público con su música tropical, acariciando con delicadeza sus
instrumentos de seis cuerdas.
Pero no fue eso lo que me impactó, que sí lo hizo, fué un
¿pequeño? detalle lo que tocó mi sensibilidad con tremenda fuerza.
No lo vi comentado en ningún medio escrito que recogió la
crónica del concierto, pero a mí es lo que más me impactó.
El “atrezzo” minimalista que acompañaba a los dos músicos es
lo que sacudió mi ser: entre ellos dos sólo una pequeña mesita redonda y dos
copas iguales. Junto a Veloso, una copa de vino tinto, y junto a Gil, la misma
copa pero con agua cristalina. Junto al moreno blanca transparencia, junto al
blanco el color negro del vino tinto.
¡Precioso!
¡Maravilloso mensaje subliminal para este mundo confundido!
Y ese mínimo decorado, esa sacudida que me produjo, me llevó
a imaginar cosas.
Imaginé que hacia la mitad del concierto, y lo imaginé
porque no tuve la fortuna de estar presente allí (sólo puede ver el breve
resumen, ¿tal vez treinta segundos?, de los noticieros televisivos), Veloso
bebía un sorbito de vino tinto, y su piel se iba transformando lenta pero con
ritmo continuado en piel morena. Al mismo tiempo, Gil daba un traguito de su
copa de agua y su piel empezaba a olvidar el moreno para blanquear el color de
su piel.
Imaginé que al finalizar el concierto servían copas de vino
tinto y de agua a los
espectadores, agua para los morenos, tinto para los blancos,
y se repetía el fenómeno que había sucedido unos minutos antes con Veloso y
Gil.
Los espectadores mudaban el color de su piel.
Imaginé que después, en la calle, los asistentes al
concierto contagiaban a todos con los que se cruzaban, y estos a su vez con los
que se encontraban en el metro, en el autobús, en el taxi, en sus domicilios,
con sus amigos y sus parientes y sus compañeros de trabajo, pero que ya no era
la piel la afectada por la mutación, si no el alma, que la de los blancos
pasaba a comprender y amar a los negros y la de los negros a los blancos, y los
cristianos a los musulmanes, y los payos a los gitanos y viceversa, y los
chiíes a los sunitas y estos a sus contrarios, y los argentinos entendían a los
chilenos y también ellos a los argentinos que ya amaban a los gallegos y
nosotros a ellos, como los serbios a los croatas y a los bosnios y a los
kosovares y albanos y todos ellos a sus enemigos seculares.
Incluso creo que pensé que hasta Castilla entendía y
comprendía a Catalunya, pero de eso ya no estoy muy seguro.
Al día siguiente encontré una noticia en la prensa que
resultó una coincidencia con las ideas que flotaban en el concierto de Gil y
Veloso y que después se instalaron en mi imaginación calenturienta.
El 15 de este mes de julio se publicó en EE.UU. la segunda
novela de la casi nonagenaria Harper Lee, después de 55 años sin publicar nada
tras su primera novela “Matar a un ruiseñor”, que en su momento fue Premio
Pulitzer.
Ese día después del concierto publicó “Ve y pon un centinela”,
que según los expertos es el embrión de “Matar a un ruiseñor”, y por lo tanto
la publicada en ese día posterior al concierto no es la segunda novela de
Harper Lee, es sólo la primera en orden de creación, aunque sí la segunda en
publicarse.
¿Y dónde está la coincidencia?
Pues es una coincidencia inversa.
Intento explicarme: el protagonista de la novela de Lee es
Atticus Fich, abogado defensor de los negros en “Matar a un ruiseñor”, y en
esta segunda novela es un declarado racista.
Nuevo impacto en mi corazón: el abogado sigue el proceso
contrario al que yo imaginé a raíz del concierto de los dos brasileños.
Esta vuelta a la normalidad me causó un dolor insoportable.
Harper Lee me había devuelto a la realidad.
¿Existía alguna forma de darle la vuelta al asunto y
recuperar las buenas sensaciones que en mi espíritu había dejado mi
imaginación?
Creo que si.
Volví a imaginarme que posiblemente lo que debía hacer es
llevar a Atticus Fich una copa de vino tinto para que su alma vuelva a ser
negra como lo era cuando era ruiseñor.
Así lo haré, aunque sea únicamente con mi imaginación!
No hay comentarios:
Publicar un comentario