jueves, 23 de julio de 2015

Una copa de agua y otra de vino tinto.

 
Hace unos días, concretamente el pasado 14 de julio, se celebró un maravilloso concierto en Barcelona.
Caetano Veloso y Gilberto Gil, juntos en el Gran Teatre del Liceu, celebraron sus cincuenta años de amistad y trayectoria artística, y enamoraron al público con su música tropical, acariciando con delicadeza sus instrumentos de seis cuerdas.

Pero no fue eso lo que me impactó, que sí lo hizo, fué un ¿pequeño? detalle lo que tocó mi sensibilidad con tremenda fuerza.
No lo vi comentado en ningún medio escrito que recogió la crónica del concierto, pero a mí es lo que más me impactó.

El “atrezzo” minimalista que acompañaba a los dos músicos es lo que sacudió mi ser: entre ellos dos sólo una pequeña mesita redonda y dos copas iguales. Junto a Veloso, una copa de vino tinto, y junto a Gil, la misma copa pero con agua cristalina. Junto al moreno blanca transparencia, junto al blanco el color negro del vino tinto.
¡Precioso!
¡Maravilloso mensaje subliminal para este mundo confundido!

Y ese mínimo decorado, esa sacudida que me produjo, me llevó a imaginar cosas.

Imaginé que hacia la mitad del concierto, y lo imaginé porque no tuve la fortuna de estar presente allí (sólo puede ver el breve resumen, ¿tal vez treinta segundos?, de los noticieros televisivos), Veloso bebía un sorbito de vino tinto, y su piel se iba transformando lenta pero con ritmo continuado en piel morena. Al mismo tiempo, Gil daba un traguito de su copa de agua y su piel empezaba a olvidar el moreno para blanquear el color de su piel.

Imaginé que al finalizar el concierto servían copas de vino tinto y de agua a los
espectadores, agua para los morenos, tinto para los blancos, y se repetía el fenómeno que había sucedido unos minutos antes con Veloso y Gil.
Los espectadores mudaban el color de su piel.

Imaginé que después, en la calle, los asistentes al concierto contagiaban a todos con los que se cruzaban, y estos a su vez con los que se encontraban en el metro, en el autobús, en el taxi, en sus domicilios, con sus amigos y sus parientes y sus compañeros de trabajo, pero que ya no era la piel la afectada por la mutación, si no el alma, que la de los blancos pasaba a comprender y amar a los negros y la de los negros a los blancos, y los cristianos a los musulmanes, y los payos a los gitanos y viceversa, y los chiíes a los sunitas y estos a sus contrarios, y los argentinos entendían a los chilenos y también ellos a los argentinos que ya amaban a los gallegos y nosotros a ellos, como los serbios a los croatas y a los bosnios y a los kosovares y albanos y todos ellos a sus enemigos seculares.
Incluso creo que pensé que hasta Castilla entendía y comprendía a Catalunya, pero de eso ya no estoy muy seguro.



Al día siguiente encontré una noticia en la prensa que resultó una coincidencia con las ideas que flotaban en el concierto de Gil y Veloso y que después se instalaron en mi imaginación calenturienta.

El 15 de este mes de julio se publicó en EE.UU. la segunda novela de la casi nonagenaria Harper Lee, después de 55 años sin publicar nada tras su primera novela “Matar a un ruiseñor”, que en su momento fue Premio Pulitzer.
Ese día después del concierto publicó “Ve y pon un centinela”, que según los expertos es el embrión de “Matar a un ruiseñor”, y por lo tanto la publicada en ese día posterior al concierto no es la segunda novela de Harper Lee, es sólo la primera en orden de creación, aunque sí la segunda en publicarse.

¿Y dónde está la coincidencia?
Pues es una coincidencia inversa.
Intento explicarme: el protagonista de la novela de Lee es Atticus Fich, abogado defensor de los negros en “Matar a un ruiseñor”, y en esta segunda novela es un declarado racista.

Nuevo impacto en mi corazón: el abogado sigue el proceso contrario al que yo imaginé a raíz del concierto de los dos brasileños.
Esta vuelta a la normalidad me causó un dolor insoportable.
Harper Lee me había devuelto a la realidad.
¿Existía alguna forma de darle la vuelta al asunto y recuperar las buenas sensaciones que en mi espíritu había dejado mi imaginación?

Creo que si.
Volví a imaginarme que posiblemente lo que debía hacer es llevar a Atticus Fich una copa de vino tinto para que su alma vuelva a ser negra como lo era cuando era ruiseñor.

Así lo haré, aunque sea únicamente con mi imaginación!

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