sábado, 11 de julio de 2015

Relámpago mental desmantelado XXIX y/o por qué escribo.

 
Calor, mucho calor y cerveza fría en mi mirador ceretano.
La cerveza siempre se me queda caliente.
Toda la vida.
Acuden los relámpagos a mi cabeza y la jarra helada se queda tibia. No me importa.
Ya me gusta así. Será la costumbre.

¿Por qué escribo?
Esa pregunta me ha sobrevenido tras el primer y largo trago frío de cerveza espumosa. Bien tirada.
Me he respondido casi de inmediato que la escritura actúa en mí como un filtro contra el dolor. Como el “blues” en otras personas que arrastran tristeza  incombustible, porque es la tristeza que se instala para toda la vida en algunas personas como yo. Que disimulamos, claro que sí, pero que ahí está, como la carcoma en la madera. Sólo mentes muy privilegiadas aciertan a ver esa tristeza. Pero esas mentes son muy escasas. No abundan.

Hubo una escritora, Leila Guerriero, que conoció la mar ya en edad avanzada. Pero antes, su padre, le había explicado qué era la mar, él que fue el primero de toda la familia en verla.
Y le dijo sobre la mar: “Escucha”, mientras le ponía junto a la oreja una enorme caracola de color blanco anacarado como las perlas de la mar. Después, y durante muchos años, le explicó muchas cosas de la mar.
Leila se preguntó, como yo esta mañana y en infinidad de ocasiones, por qué escribía, y finalmente se contestó a sí misma que por cosas como las que escuchó en la blanca caracola que fue la primera explicación sobre la mar que le dio su padre.

Bohumil Hrabal se instalaba con mucha frecuencia en un velador de la taberna “El tigre de Oro” de la ciudad vieja de Praga, y mientras consumía una pinta tras otra contaba historias a quien quisiera escucharlas. Dicen que en esa taberna sirven la mejor cerveza del mundo. Parece ser que Bohumil se murió al caerse desde una ventana de un hospital de Praga en el que estaba internado por una artritis que le impedía escribir sus historias.
El escribía para beber pintas y contarle sus historias a quien quisiera oírlas.

He pensado que toda literatura es apátrida, porque escribir es un proceso de demolición de todas tus ideas y de todas tus seguridades. Creo que eso dijo José María Pérez en alguno de sus libros.

Otro escritor, Antonio Orejudo, dijo que la literatura es el arte de como sí. Es decir, el escritor escribe como si estuviera pintando, para que otros puedan leer comos si estuvieran allí. La historia en la literatura es un intento desesperado: el intento desesperado de que el lector vea.

Paul Auster siempre ha mantenido  que la literatura es esencialmente soledad. Se escribe en soledad, se lee en soledad y, dice que, pese a todo, el acto de la lectura permite una comunicación entre dos seres humanos.

Me vuelvo a recuperar a mí mismo, porque me he perdido en citas que navegan en mi cerebelo o más o menos por allí debe ser, creo, y pienso que mis escritos no son lo que yo quiero enseñar o mostrar de mí, si no que es lo que yo quiero aprender.
Algo parecido dijo el escritor mexicano Fernando del Paso y yo coincido plenamente con él, tanto cuando escribo Prosa Poética Cromática, como las Crónicas del El Grito de la Lechuza o como estos Pensamientos mentales desmantelados.

Decido pedirme varias cervezas más en mi mirador de Llivia, a ver si consigo que me de un vómito y saco hasta las entrañas, y así dejo de sufrir un rato, porque escribir me hace sufrir, pienso ahora mismo.
Yo he llorado a mares mientras escribía.
Lágrimas de tinta, tinta en mis lágrimas.
Azul en mis ojos, agua en el papel.

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