viernes, 8 de mayo de 2015

23 de abril.

 
Es el día de los enamorados en mi tierra,
el día del libro y de la rosa,
de los dedos entrelazados
y las miradas
de mi alma añorada
en mi desdichada y amada Catalunya.

Le he regalado una rosa roja como su melena
a los ojos verdes y ciegos de mi mujer
que se que desde el cielo me mira adormecida.

¡Y entonces el amor ha volado
como un pájaro enardecido!

Los pétalos de la rosa de su tallo se han desprendido
y han iniciado un vuelo hacia el cielo con un beso mío
en cada uno de sus perfumes,
mientras yo suspiraba al viento
como un niño abandonado,
que la quiero, la quiero, la quiero.

Y en ese momento en el valle
ha reinado un silencio de respeto,
las aves se han posado en las ramas
de las arboledas floridas de la primavera,
los animales su trasiego han detenido,
mientras los charcos de mis ojos
que miraban los suyos de la fotografía vieja
han clamado que la echo de menos
con esa intensidad con la que se espera
cuando se sabe que ella
y su mirada y sus senos
y su vientre de maternidad eterna
ya nunca estarán a mi vera.


(No me he atrevido a publicarlo antes, porque amigas y amigos me dicen que después de más de seis años ya debería haberme rehecho de la muerte de mi amada. Pero yo sigo de ella enamorado y además, mis sentimientos son míos y como me apetece los manifiesto, aunque siempre con el deseo de a nadie molestar. Así que con bastantes días de retraso aquí está lo que el último Sant Jordi escribí para ella, y... para mí).

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