El conocimiento del miedo me permite hoy su detección en los
comportamientos y las miradas de los que lo padecen o están a punto de
sufrirlo.
Ese miedo apareció hace unas semanas en las alas negras de un
cuervo que sobrevoló la mansión de una princesa de amor de cañaveral y le graznó el peligro de las úlceras
del plebeyo que la cortejaba con amor de robledal desde que había partido de
los vientres de las reinas de su tierra lejana, metaforseando su cuerpo ahora
en reptil y a veces en insecto, después en ave de alto vuelo y luego en
carroñera y también en pájaro de jaula, incluso en ocasiones en depredador y en
gacela de largo salto y brinco alegre, porque esa es su condición para la
supervivencia desde que la muerte se enseñoreó de los territorios que habitaba
y amaba.
El miedo que trae consigo el peligro cubrió con su sombra
oscura de cuervo negro a la princesa de vientre de cristal, y se recogió en sus
dependencias mientras el plebeyo, derramado en llanto y soledad porque siempre
supo que hay princesas de las que es muy difícil regresar cuando su melodía has
oído, recogía sus aperos y marchaba a otras tierras donde descansen sus
entrañas desgarradas por el caminar por los senderos de las mujeres de su vida
que siempre acaban en desoladores abandonos, aunque en su deambular a veces se
le ve sonreír porque quiere pensar que los duendes y las hadas desean que su
destino sea cuidar y alegrar la vida de otros que más necesitan de su amor y su
compañía que la princesa de porcelana.
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