Antes, cuando la sociedad decía que yo producía, a veces se
me ponía una mosca detrás de la oreja.
Y yo sabía que eso era mala señal, que algo no funcionaba, o
por lo menos no funcionaba como yo quería.
Ahora que soy improductivo según la misma sociedad eso ya no
me pasa, o si me pasa resulta que es al revés, porque las moscas que se me
ponen detrás de la oreja son amables y me hacen cosquillitas divertidas con sus
alitas transparentes, y eso me gusta, y entonces les lanzo besitos y a veces
las moscas se ponen contentas y se suben más arriba de mi oreja y se lanzan en
picado hacia mí en un vuelo de tirabuzón que yo se que me lo dedican, y se me
ponen en la comisura de mis labios para intentar darme esos besos de los que
estoy carente desde que dejé de ser amado.
Alguna vez abro la boca y me como las moscas para que así
sean como más mías, y de esa forma el amor, como cuanto te enamoras, lo noto
como alitas en el estómago.
No son de mariposa, pero son de las alitas de mis mocas
amorosas, negritas y muy cariñosas.
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