Hubo una vez, parece que hace mucho tiempo pero fue hace
nada, que una mujer me dijo que el día que no se comunicaba conmigo era como si
a ese día y a ella les faltase algo en su vida.
Yo respondí que me sucedía exactamente lo mismo, y que
incluso me levantaba en muchos albores del día de mi lecho para ver si en mi
Mac aparecía un mensaje suyo.
¡Y si aparecía, me brincaba el alma jubilosa!
Hoy, cuando yo intento comunicarme con ella, ya no con la
calidez y la cercanía de la voz si no con la frialdad escrita de las nuevos
sistemas de comunicación y evitando expresiones calurosas y próximas porque me
dijo que ahora le incomodaban, me siento como un guijarro en su zapato.
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