Sentado en una nueva terraza que he descubierto y que
regenta una mujer que supera los ochenta años, olé y olé y OLÉ, he recordado
una pregunta que me formuló ayer una mujer con la que tuve una relación que
ella decidió finalizar, y que me dijo que yo ya entendería el por qué, pero lo
dijo sin saber que yo soy un niño que no ha crecido y es por eso que sigo sin
entenderlo.
La pregunta que me lanzó rezaba algo así como “¿Ya te han
dado de alta de todo lo tuyo?”. Obviamente se refería a mis problemas físicos, y
principalmente a mi rotura de cinco vértebras.
Le contesté que sí, que así es, que ya me han dado el alta
los funcionarios correspondientes, y que ahora ya vuelvo a ser una persona
anormal, o sea, una persona como todos. Que había perdido mi singularidad, que
residía en unos hierros que me abrazaban pecho y espalda para proteger mi
columna, y que ya nos los llevo encima, como tampoco llevo sus abrazos y sus
mimos porque ya no me los quiere dar.
Entonces me he reído un poco, porque me he dado cuenta que
al ser de nuevo un anormal como la mayoría de la gente vuelvo de nuevo a
fingir, a disimular ante ellos para que piensen que soy un adulto y no el niño
que sigo siendo, y me he dado cuenta porque me sigo marcando objetivos en mi
vida imposibles de conseguir.
Lo que nadie sabe es que la mayoría de las veces los acabo
consiguiendo, y eso se debe a que he vuelto a mi soledad, y no tengo a
nadie a mi alrededor que me diga que lo que me he propuesto no podré hacerlo,
que no lo conseguiré.
Y es precisamente por eso por lo que alcanzo mis objetivos.
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