Ayer me invadió una soledad abrumadora, como lluvia
persistente.
Paseaba y me refugié, como para no ser visto y que nadie
viese mi soledad, bajo las ramas de una sauce llorón.
Mientras dejaba pasar el tiempo una lagartija se detuvo
frente a mí y me miró con la cabeza algo ladeada.
Primero pensé en espantarla porque me agobiaba su mirada,
pero decidí preguntarle por qué me miraba, si era porque su instinto había
detectado mi soledad y se apenaba de mí.
Me respondió con una contorsión de su cuerpo hasta que su
boca agarró su cola y de un mordisco se la amputó.
Yo la miré estupefacto, y la lagartija empezó a mondarse de
risa al contemplar los coletazos que le regalaba su cola ya independiente.
Al inquirirle que por qué hacia eso me contestó que siempre
es bueno reírse de uno mismo, y que tal vez yo debería ejercitarme más en ello.
Cuando me fui la cola ya estaba inerte y la lagartija me
miraba de nuevo con la cabeza ladeada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario