jueves, 13 de agosto de 2015

Una lagartija que ladeaba la cabeza.

 
Ayer me invadió una soledad abrumadora, como lluvia persistente.
Paseaba y me refugié, como para no ser visto y que nadie viese mi soledad, bajo las ramas de una sauce llorón.
Mientras dejaba pasar el tiempo una lagartija se detuvo frente a mí y me miró con la cabeza algo ladeada.
Primero pensé en espantarla porque me agobiaba su mirada, pero decidí preguntarle por qué me miraba, si era porque su instinto había detectado mi soledad y se apenaba de mí.
Me respondió con una contorsión de su cuerpo hasta que su boca agarró su cola y de un mordisco se la amputó.
Yo la miré estupefacto, y la lagartija empezó a mondarse de risa al contemplar los coletazos que le regalaba su cola ya independiente.
Al inquirirle que por qué hacia eso me contestó que siempre es bueno reírse de uno mismo, y que tal vez yo debería ejercitarme más en ello.
Cuando me fui la cola ya estaba inerte y la lagartija me miraba de nuevo con la cabeza ladeada.

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