En mi antiguo piso de mi pueblo de Sarrià que en realidad es
un barrio pero huele como un pueblo la besé, nada más recibirla, de forma fugaz
dos veces, el primero con un beso de cocodrilo y el segundo con un escarceo de
beso ruso.
Después, a esos roces de labios les siguieron besos de todos
los colores y sabores en todos los rincones de su fina piel de porcelana.
Me enamoré de esos besos.
Hoy, cuando los recupero de mi memoria, me acaricio los
labios con las yemas de mis dedos como cuando se acaricia a una enamorada.
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