sábado, 3 de octubre de 2015

Relámpago mental desmantelado XXXIX y/o los nombres propios.

 
Sentado en la terraza cubierta del Hotel Esquirol en el enclave de Llívia y con una chaqueta de piel vuelta porque el frío ya está llegando a estas tierras, observo como un hombre que pasa por delante de la terraza me saluda con un gesto efusivo de su mano diestra.
Se que lo conozco, pero no recuerdo su nombre. Me esfuerzo en recordarlo, pero no lo consigo.

Me pregunto cuál es la mejor estrategia para averiguar el nombre olvidado del conocido caso de encontrarte cara a cara con él y así superar ese mal momentillo en el que el otro puede pensar que poco le importabas si ni siquiera su nombre recuerdas.

Y decido que lo mejor sería actuar de la siguiente forma:
El otro: “Hombre, ¿cómo estás? ¡Cuánto tiempo sin verte!”
Yo: “Pues ya ves. Muy bien. Todo en su sitio. ¿Y tú, Pedro?”
El otro: “Antonio. Pedro, no”
Yo: “Hombre, claro, ¡Antonio! Es que antes me encontré con Pedro, un viejo amigo de juventud, que no se si tú lo conoces, y me temo que mi cabeza se ha quedado en aquella conversación.”
El otro, que ahora ya es Antonio: “Y, ¿qué haces por aquí? ¿Qué se te ha perdido por la Cerdanya?”
Yo: “¿No lo sabes? Me he instalado hace ya unos meses a vivir aquí, en Enveitg. Vendí el piso de Barcelona, de Sarriá, y me he instalado aquí. Necesitaba hacer cambios en mi vida”.
El otro, o sea, Antonio: “¿Qué me dices? ¿Y en invierno no es muy duro vivir en un pueblo tan pequeño y tan solitario como Enveitg?” Y la conversación sigue con banalidades como hablar del frío, de la nieve, de lo pronto que oscurece,…
Yo: “No, a mí me gusta. Precisaba de un poco de soledad. Y aunque cueste creerlo, no me aburro: escribo, leo, pienso, paseo, dibujo, hago de cuentacuentos en Colegios, Escuelas, Hospitales, Residencias de la Tercera Edad,..” Y explico otras gilipolleces que al otro, a Antonio, no le interesan una mierda, pero queda bien y es casi obligatorio comportarse así. Son las reglas no escritas de nuestra sociedad.

…….   …….   …….   …….   …….   …….   …….   …….   …….   …….

El otro, Antonio: “Oye, un placer haberte visto y charlar un rato contigo. Nos vemos otro día con más tranquilidad y nos tomamos juntos una cervecita, Fernando”.
Yo: “Lo mismo te digo. Así lo haremos, Alberto. Hasta luego”.

Me siento de nuevo en mi mesa de la terraza cubierta del Hotel Esquirol, doy un sorbo largo a mi cerveza, y pienso que en realidad poco se de ese hombre, pero qué más me da, si casi ni nos conocemos.

Me olvido del tema cuando veo pasar a un amiguete de Llívia que va detrás, ciego de intuición de placer lujurioso, de una policía nacional que trabaja en este enclave del Pirineo desde hace unos meses y que destaca por su descomunal cuerpazo y por una belleza un poco salvaje.

No hay comentarios:

Publicar un comentario