Ayer quería soñar con ella, porque se me quedó atascada
dentro de mí.
No pude.
Soñé, extrañamente, con una chica de mis años jóvenes que me
deseaba y sin embargo yo a la que deseaba era a su amiga íntima.
Varias veces en mi vida me ha ocurrido esta dicotomía, como
cuando yo anhelaba los favores de una preciosa rubia de ojos de almendra que no
me aceptaba y era su hermana, también muy linda, la que de mí desesperaba
porque yo no la deseaba.
Pero con la que yo quería soñar porque rompió mi inapetencia
tras unos años de dolor intenso por espeso no pude hacerlo, porque me manaba
sangre tibia entre alguna de mis costillas hasta alcanzar la espalda y los
riñones y todo mi cuerpo entero.
Me desperté y me volví a dormir, y entonces soñé que no era
de ningún sitio, que no pertenecía a ningún país ni a ninguna cultura ni
tradición, soñé que era forastero hasta en propio lecho.
Me produjo una sensación de insondable desasosiego, que sólo
pude eliminar cuando al día siguiente, muchas horas después del sueño, entré en
un bar llamado “La mina”, todo forrado de cartón piedra imitando el interior de
una mina de negro y sórdido carbón.
Allí, en aquel espantoso y feo decorado me abandonó el
desasosiego porque se adhirió a las paredes como un lactante al pecho de su
madre.
Otra noche de porcelana fría la buscaré para que me ofrezca
el calor que en la oscuridad de ayer me negó.
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