sábado, 28 de marzo de 2015

A mis mujeres no les gustan las joyitas.

 
Pasé cuarenta años comprando joyitas para la niña de mis ojitos.
Cada día suspiraba por ver su rojito cuerpo decorada con alguna de ellas y jamás lo conseguía.
Ella me decía con aquella vocecita dulce que joyitas no quería, que lo que ella de verdad quería era mi amor y compañía.
Y mis recuerdos volaban siempre años atrás cuando yo estaba en aquella acera sobre la que cayó aquella piedrita en la que la inicial de su nombre grabé y allí en dos se partió, presagio de mi alma que se quebró el día que ella partió.

Un amigo también roto y quebrado a una de tez más clara un día me presentó y yo, sin saber lo que quería, otras joyitas le regalé para lucir en su fino cuello, en sus largos dedos y en su delgadita muñequita.
Sólo vi lucir una esmeradita colombiana en el más fino cuello de su hijita, porque a la que yo no sabía si quería jamás la engalanaron mis joyitas.

Empecé a escribir con una cierta constancia porque esa es una forma de no hablar y yo ya no podía más explicar la partida de mi amada, pero sí escribir que es una forma del aullido.
Y el grito desgarrado fue oído y a ella me la trajo y a ella de nuevo la obsequié con joyitas que incluso diseñé para que ella las luciese, pero tampoco lo comprobaré porque ayer me despidió con la pregunta hiriente de si mensajes podrá enviarme y yo reaccioné con la patética respuesta de que siempre le contestaré.
Y ahora debo desprenderme del amor que de ella me enamoró y que a ella no le tocó porque ella no se volcó en amarme y ni tiempo quiso darme.

Tal vez es que a mis mujeres no les gustan las joyitas.
Por eso ahora mis brillantes de lágrimas no los recoge ninguna amada para que sean sus joyitas, y ni en la acera se fracturan porque estallan en los sollozos de mi alma desamparada.

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