Estoy tan estúpidamente estúpido desde que la mujer con la
que suspiro todo el día me ha dicho, en respuestas a mis tonterías, que algo se
le ha enfriado en nuestra relación, que sentado en mi observatorio del Bar de
Llivia que frecuento me apercibo de lo que deambula por mi cabeza: se pasea por
ahí el pensamiento de que si la pereza se mide por pedazos, y ya que somos
muchos los que decimos que “tenemos un pedazo de pereza enorme”, por lógica
fonética deberíamos decir “tengo un pedazo de peDeza enorme”.
La diferencia es fundamental.
No es lo mismo decir pereza que “peDeza”, sobre todo por la
forma insólita y de expresión facial algo retrasada en la que hay que poner el
morro para pronunciar “peDeza”.
Compárese:
- “Tengo
un pedazo de pereza que pa qué” (sale como natural, casi filosófico, y si se
acompaña de un estirar de brazos y manos queda hasta elegante, como noble y
aristocrático).
- “Tengo
un pedazo de peDeza que pa qué” (sale como flotando, algo baboso, y si se
acompaña de mejillas flácidas y ojos caídos de mirada bovina, eres el vivo
retrato del estúpido con alevosía).
Y ya no escribo más.
Está claro que no son mis mejores días, que estoy estúpido
de solemniDad (mira, aquí la D va que ni pintada), y es que llevo así desde que
detecté que ciertas frialdades se han instalado entre la niña divina y este
estúpido que está sentado en un Bar “peDezosa y eZtúpidamente”.
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