domingo, 29 de marzo de 2015

Soledad es un nombre de mujer y es un rastro de mi vida.


Soledad es nombre de mujer.
Soledad es también lo que algunas mujeres dejan como estela, como rastro de su paso por otras vidas.
Soledad es lo que se ha instalado en mi estómago hace dos días.
Soledad es la falta de aire en mi pecho oprimido.
Soledad es la ansiedad que me domina.

Hace un tiempo escribí que la vida me giró la cara, y no una vez si no tres veces, pues recibí el tremendo bofetón de la desaparición de mi amada compañera tras una agonía de cuarenta días y cuarenta noches de la dureza y la frialdad del diamante y, posteriormente, la muerte física de mi divina madre.
También la fortuna dejó de sonreírme, ya que con la crisis me abandonó la publicidad que era el trabajo de mi vida.
Y con mi compañera y los dos hijos que me regaló, con mi madre y con mi Agencia de Publicidad yo hacía creatividad, hacía de estratega, controlaba la logística, los tempos, la música y sus danzas y sus danzarines, y eso era mi disfrute de la vida y mi enredar con alegría por la vida de mis amigos y amigas, de mis conocidos, de mis compañeros de trabajo y de los parroquianos de los bares de los lugares que frecuentaba y que empezaron, tras muchos años, a llamarme como lo hacían mis abuelas, Paquito.
Y a mí me gustaba. Me gusta.

Después escribí que tal vez fui yo el que le giré la cara a la vida, porque me hundí, me desmonté, me eclipsé y me desmoroné.
Tuve la suerte de que aparecieron mis hermanas y mi hermano y esos amigos a los que adoro y que siempre que los necesito están ahí, como un ejército bien pertrechado para socorrerme a mí, a ese que está como una moto, como una cabra, como una chota o como dos, pero que contagia vida y alegría, que hace reír y que si debe acompañar en los momentos de necesidad también aparece como quien no sabe de qué va la cosa.
Y surgieron otros, unos viejos compadres conocidos pero algo olvidados por mi hiperactividad o por mi miopía ante la amistad para con los que la merecen, y otros totalmente nuevos. Y todos ellos se dijeron que me sacarían del pozo, y me velaron y me acompañaron y recogieron mi llanto y curaron mis heridas, y yo me salí, con lentitud exasperante, sí, pero me salí.

Poco a poco una mujer que me ofreció (que me ofrece cada día) su cobijo me convenció para que volviese a mirar la vida con alegría, que le hiciese caricias y carantoñas a las nubes, que les buscase esas formas que sólo Susan sabía encontrar, que me fuese al mar y al río pero no a ahogar mis penas sino a gozar de la naturaleza, del agua, del sol, del viento, de la fina arena en la que también cosas muy bonitas se pueden escribir.

Y poco a poco fui entendiendo que la soledad que me asoló con la muerte de mi compañera era porque lo que aquí tenía que ofrecer ya estaba hecho y ahora debe dedicar todas sus virtudes a otras cosas, cosas algo ininteligibles para los que aquí permanecemos.

Y sí, recuperé ciertas armonías, las ganas de hacer de nuevo, de crear, y escribí cuentos, y los narré en Bibliotecas y en Escuelas Infantiles, y vomité mis sentimientos en mis escritos, y apareció “El Slogan de la Semana", y después “La Píldora de la Luna de los Lunes. Cavilaciones, reflexiones e introspecciones”, y por en medio “La Crónica de El Grito de la Lechuza”, y cuentos como “El Mago Pamplinas”, y como que una mujer me dijo que le maravillaba mi creatividad y que deseaba conocerme y así lo hicimos y encima yo me enamoré, también escribí “Una ranita muy bonita y un sapo que no era guapo”, para dedicárselo a ella, que finalmente había rescatado todas mis sensaciones.

Y decidí abandonar mi casa de Barcelona para instalarme en la montaña, en la Cerdanya que pertenece a la Catalunya Nord, y visitar a mis hijos allí donde viven, y a esa ranita que es princesa y que vive en el Norte, y arreglar la casa para instalar mi biblioteca, y tener las habitaciones siempre preparadas para cuando quien sea desee instalarse unos días conmigo, y dejar mensajes en el vaho del espejo para la ribereña que me cautiva, y hacer mermeladas para obsequiar a todos los que me regalan algunos de sus días con su presencia en mi casa, y arreglar el jardín con flores rojas para contrastar con el verde  del césped y desparramar alegría, y decorar los floreros de las estancias de la casa con rosas amarillas que son las preferidas de la niña divina que un día apareció en la pantalla de mi Mac y que yo buscaba cada madrugada al saltar de la cama porque anhelaba allá encontrarla, y a las once y media de cada día me pegaba al móvil porque sabía que desde el tiempo de recreo de su Instituto ella me dirigiría breves palabras de miel, y yo me atolondraba en mi respuesta porque conocía que ella en el recreo debe vigilar a muchachos y atenta debe de estar. Y por las noches, contemplaba el paso del tiempo en mi reloj porque yo sabía que V se iría a la cama y a su madre le permitiría charlar conmigo y a mí mimarla con voz de caramelo y desearle un feliz descanso pese a las cosquillas de sus piernas y de sus pies. Y en papeles y más papeles planes hacía para estas próximas semanas de sol y calor: playa, montaña, río, cultura en la ciudad somnolienta de estío, rutas gastronómicas sin aglomeraciones, y besos, muchos besos y caricias y muchos roces de mi piel ya ajada con la suya de porcelana, y al atardecer acurrucarme contra ella en la postura de la cuchara, y respirares agitados primero y lentos y profundos después, hasta llegar al alba cuando yo volvería a despertarla manchándola de besos, devorándola con te quieros, peinándola con las caricias de las palmas de mis manos.

Pero la vida está empeñada en seguir girándome la cara, en dar continuidad a los bofetones que me propina.
No parece que mis planes puedan realizarse.
Un día apareció por una pantalla plana y fruto de una confusión, y otro día desapareció con una voz edulcorada que en mi móvil repetía a mi oído enfermo lo siento, lo siento, lo siento,…

A veces pienso que la vida se reduce a los que vuelan y a los que sucumben.
Antes tenía muy claro a qué grupo pertenecía, y ahora tengo muchas y fundadas dudas, incluso a veces un sentimiento claro de que pertenezco, y cada día más, a los que se estrellan.

Soledad es nombre de mujer.
Mi soledad es contemplar y amar los rastros de las mujeres que lo han sido de mi vida.

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