Tranquilamente sentado en uno de mis lugares de observación
favorito, un Bar, leo distraídamente en la prensa que China incluirá a partir
de 2017, como asignatura obligatoria en los planes de estudio de sus niños y
jóvenes, el fútbol.
Se han dado cuenta de que sus vecinos, las dos Coreas y
Japón, son más fuertes que ellos en el llamado deporte Rey. Y se han dado
cuenta de que en los países poderosos, salvo EE.EE. (porque suficiente tienen
con el béisbol, el baloncesto, el hockey hielo y el fútbol americano, y también
el boxeo), el fútbol es esencial, y los chinos saben que, en muy breve, serán
una potencia mundial, y por eso necesitan el fútbol.
Una bruma cerebral relampaguea en mi cerebro.
China, fútbol, y España, religión (Wert y P.P. habemus).
Creo que los chinos no aman el fútbol, porque aman el
ping-pong, y España no ama la religión, porque ama el fútbol.
Son sus gobernantes que entienden que por ahí pueden
aumentar el control del pueblo.
¿Es una estupidez este pensamiento desordenado y escasamente
meditado?
Vuelvo a la realidad porque en la TV del Bar dan fútbol, y
mi vista se ha puesto en la pantalla.
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