Hoy es el Día Mundial de la Poesía.
Me fastidian tantos días dedicados.
La mayoría son insulsos y estúpidos, como el reciente Día
del Padre, como el sobredimensionado Día de la Mujer, porque el Día de la Mujer
es todos los días.
Sin embargo, el Día de la Poesía me gusta, porque es
intimista, porque aspira a ser subversivo, porque es por derecho propio
minimalista, porque la poesía da a luz los sentimientos y estos merecen
caricias que son la poesía del tacto que entrega sin reservas uno a otro, en un mundo donde hasta los besos se
falsean porque los hay que no son más que pómulo contra pómulo y labios al
vacío, y eso no es más que un formulismo y no el contacto físico que yo deseo y
anhelo.
Y porque hoy es el Día Mundial de la Poesía, y así fueron
los días anteriores, llueve cansinamente para regar el vuelo de las nostalgias
y las añoranzas.
Hoy es un día para amasar pan, pan de harina de trigo o de
otras harinas de cereales, con sal y levadura pero sin ajo, sin tomate, sin
anchoas, sin orégano, sin romero, sin sobrasada, sin queso, y dudo si el pan
así a secas tolera hoy ser pintado
con yema de huevo, espolvoreado con sal maldón y después dorado al horno.
Creo que hoy es día de pan ácimo, de pan árabe sin
arabescos.
En esas estoy cuando el Bar que frecuento en mis visitas a
mi hijo menor y los suyos se llena de las voces que apuestan por el clásico del
fútbol que mañana ha de jugarse, e impone con tiranía la cotidianeidad, y yo,
mientras me desconcentro de mi ensimismamiento, decido que lo cotidiano también
es poesía.
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