Leo en una novela que existe una tribu indígena en Paraguay,
o puede que sea en Bolivia (así dice la novela), que para ellos el pasado es lo
que está delante de nosotros, porque podemos verlo y conocerlo, y el futuro, en
cambio, es lo que está detrás: lo que no vemos ni podemos conocer.
La ojos se me quedan de un turbio grisáceo y ya no veo las
páginas de la novela con sus letras, porque mi mente piensa en ti en ese
instante, y al igual que en este momento, muchas veces antes he pensado en si
nuestra relación tiene futuro, y ahora igual debo pensar si tiene pasado porque
es lo que conozco y veo y lo que antes pensaba sobre nuestro futuro no puedo
verlo porque no lo conozco, y los paraguayos o bolivianos tienen razón al
pensar que hacer de adivino en cosas serias no parece muy acertado.
El olor del pan quemado en el tostador invadió mis sentidos
y me devolvió al presente, que es posible que sea lo único seguro, porque el
futuro, que es el por venir para nosotros, lo desconocemos, y el pasado tiene
diferentes caras según el recuerdo y sus distorsiones.
Me acomodaré en el presente que es de tostada y mermelada.
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